Me entero por un amigo que unos grandes almacenes comienzan a vender el hardware para leer libros electrónicos. Después de la conversación, me pongo a reflexionar --una vez más-- sobre el futuro de la industria editorial: en este mundillo (como sostiene mi amigo, que para eso está metido en el ramo) las novedades son el caballo de batalla porque ahí está el negocio. Sin embargo, con los libros electrónicos, debido a la incertidumbre ante las perspectivas acerca de su viabilidad, únicamente ofrecen obras libres de derechos o cedidas expresamente porque su vigencia no supone una amenaza de pérdida de ganancias; de esta manera se evitan problemas sin que cueste prácticamente nada la inversión. Desde el punto de vista del usuario/consumidor la cosa se ve muy diferente; y en esto de nuevo mi amigo la clava cuando resume el problema del libro electrónico tal y como se está planteando: "¿para qué comprar un tocadiscos si sólo puedo escuchar música medieval?". Quizá la primera fase del cambio de modelo consista en que el libro electrónico sustituya al de bolsillo, puesto que su precio es similar y no eclipsaría el negocio de las novedades. Eso supondría que las librerías dejarían de vender un 10% de lo que ahora facturan, por lo que sería altamente recomendable que abrieran una sucursal digital y ofrecieran ediciones de bolsillo electrónicas. Pero si eso lo hacen las librerías ¿qué les impediría hacerlo también a las editoriales? Ellas podrían vender directamente lo que editan en sus tiendas on-line. Pero si eso lo hacen las editoriales ¿que les impediría hacerlo también a los autores? El papel de distribuidor ha salido a subasta. Una vez en este punto, el debate entra en la misma vía y con idéntico posicionamiento respecto a discográficas y compositores; y no se puede decir que esta gente haya sacado mucho en claro, puesto que siguen a la greña tanteando fórmulas, renegociando porcentajes... Hay debate para rato.
En el negocio musical las discográficas se han lanzado --finalmente-- a vender canciones sin soporte físico. Pero si lo hacen las discográficas ¿qué les impide hacerlo también a los fabricantes de móviles (Nokia), a los ISP (Telefónica) o a los fabricantes de hardware y software (Apple)? Mientras el negocio no acaba de definirse, está claro que la música se ha devaluado, no sólo en cuanto a precio, sino a su consideración como bien cultural: hoy día es una especie de anzuelo para atraer tráfico a los sitios web, igual que las fotos de chicas guapas o las noticias relacionadas con el sexo; un gancho más para colocar los servicios que el usuario/consumidor sí está dispuesto a pagar más caros (ancho de banda, entradas para espectáculos, tecnología de uso personal...). La música que se vende por Internet es, en muchos aspectos, una mutación funcional de la publicidad. En la práctica, para los compositores las alternativas están muy determinadas por la audiencia y el grado de fama alcanzado: los que empiezan regalan su música o pagan por editarla; los que ya conocen un éxito incipiente se plantean cobrar una cantidad simbólica/asequible; finalmente, los consagrados preparan el lanzamiento de sus propias tiendas on-line que inaugurarán la era de los compositores-intérpretes-agentes-distribuidores. Por el camino quedarán discográficas reconvertidas en agentes (dedicadas a difundir las obras de sus representados) y distribuidoras transformadas en mayordomos culturales (ofreciendo servicios añadidos a la compra de música: selección de artículos, búsqueda de rarezas, mantenimiento de suscripciones, trato preferente....). En la frase anterior sustituyamos la palabra discográficas por editoriales y música por literatura y veremos que el significado de la parábola encaja igual de bien.
¿Qué le impide a un Saramago, a un Zafón, a un Coetzee, montar su propia web y vender sus libros en exclusiva desde ella? Si ahora obtienen 2€ por cada libro que venden en las librerías a 20€, bastaría con que los pusieran a 4€ para sacar el doble de lo que ganan ahora; y el usuario/consumidor tan contento porque se ahorra 16€. Todos ganan (excepto los intermediarios). De todo este lío, lo único que saco en claro es que los creadores han trabajado para las editoriales en unas condiciones muy precarias, y de pronto llega la tecnología para ofrecerles (un poco de rebote, es cierto) la oportunidad --a unos pocos elegidos-- de reequilibrar la balanza, incluso de prescindir de ella.
Está claro que no queda bien regalar libros electrónicos; aunque sólo sea por ese atavismo que requiere un objeto físico para depositar en las manos. Únicamente por convencionalismo social, la música y la literatura seguirán vendiéndose enlatadas. El problema es saber qué habrá más allá de la tienda de regalos una vez se asiente este vendaval tecnológico...
Revista Cultura y Ocio
¿Para qué comprar un tocadiscos si sólo puedo escuchar música medieval?
Publicado el 05 abril 2009 por SesiondiscontinuaSus últimos artículos
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publicado el 18 octubre a las 21:30