Marca blanca sin culpables a quienes señalar con el dedo y llevar al Tribunal de La Haya la de esta crisis tan larga, tan profunda, que reta el sube-baja de las estadísticas con una línea horizontal en la zona inferior, convertida ya en una sima erosionada por tanto tiempo de acción conjunta de despilfarro, mala gestión y especulación loca: beneficio para hoy, hambre para mañana y para los demás.
Hasta ahora, el miedo a que huyan a otros países más amables ha echado atrás una verdadera política fiscal que trate a todos por igual. El objetivo hasta ahora ha sido que el millonario no huya y que se quede aquí. Pero, ¿de qué sirve que esté empadronado si después va a disfrutar de todas las exenciones y reducciones fiscales posibles e imposibles, si puede crear sociedades prácticamente exentas de impuestos como las SICAV y, aún mejor, tener sus cuentas en paraísos fiscales para escabullirse del fisco sin complejos? Si tampoco invierte en ninguna empresa productiva o de innovación y no crea empleo más allá de su servicio doméstico, entonces sólo sirve para crear inflación y así no le queremos. Alejemos, pues, el fantasma de la inflación, ahuyentemos el déficit, demostremos a los mercados que estamos dispuestos al mayor de los sacrificios, al de nuestros hijos más queridos haciendo que contribuyan como el resto de mortales. Así podrán entrar en el cielo porque, aunque sus riquezas no lo parezcan, todo apunta a que son mortales.