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Parábola del ascenso y la caída: El ídolo de barro

Publicado el 09 abril 2010 por 39escalones

Parábola del ascenso y la caída: El ídolo de barro

El boxeo es el ¿deporte? idóneo para representar cinematográficamente el tan manido tema del éxito repentino y transmutador de personalidades y ambiciones seguido del consiguiente fracaso desolador o incluso redentor que devuelva a la víctima protagonista a su inicial estado de sencillez y honestidad originales. Infinidad de veces hemos visto esta historia retratada en la pantalla, en decenas de ocasiones hemos asistido a las crónicas de perdedores en que suelen consistir los filmes sobre boxeo o que utilizan éste como hilo conductor de la acción, pero por más que veamos la misma historia contada una y otra vez y seamos capaces de vislumbrar diáfanamente por dónde van a ir los tiros (o los puños), realmente resulta difícil encontrar un tema que sirva mejor como metáfora de lo que significa el auge y la caída del ser humano, y de los vicios y peligros que conlleva la primera o de las enseñanzas que nos obsequia la segunda. En 1949, el cineasta Mark Robson, irregular director con una dilatada carrera que se extendería a lo largo de cuatro décadas y en cuya filmografía destacan títulos como Los puentes de Toko-Ri (1955), Más dura será la caída (1956), El premio (1963) o El coronel Von Ryan (1965), volvió sobre el mismo tema con Champion, titulada en España El ídolo de barro, alegoría de la hegemonía y la derrota de un boxeador vencido por un juego mucho más fuerte que él.

Midge y Connie (Kirk Douglas y Arthur Kennedy, ambos nominados al Oscar por sus papeles, el primero como actor protagonista y el segundo como mejor actor de reparto) son dos hermanos que viajan hacia California para convertirse en copropietarios de un local de comidas en una carretera. Viajan como polizones en un tren de ganado o haciendo auto-stop, y en una de esas ocasiones son recogidos por el boxeador Johnny Dunne, que viaja con su chica, Grace, quienes convencen a Midge para que participe en una velada amateur con la que ganar unos cuantos dólares. Midge pierde, pero Tommy, un manager que anda por allí, ve en él posibilidades como púgil. Midge se niega, pero al encontrarse con que su supuesta propiedad no fue más que una estafa y tras un affaire con la hija del dueño del local por el cual es forzado a casarse con la chica (Ruth Roman), vuelve, con la desaprobación de su hermano, que, enamorado de su cuñada espera que su hermano permanezca junto a ella como es su deber de esposo, al mundo del boxeo para ponerse bajo las órdenes de Tommy. Midge poco a poco va aprendiendo y ganando combates y, cuando llega el turno de enfrentarse a Johnny Dunne, ante el desplante al que le somete Grace, lo machaca y acaba con su carrera. La fama de la fortaleza y la violencia de Midge le proporcionará buenos combates, y no tardará en ascender en el escalafón y acercarse a la pelea por el título. Sin embargo, la mafia, que ha apostado mucho dinero en favor de su contrincante, le ordenará que pierda el combate con la promesa de un éxito seguro la próxima vez que se encuentre en trance semejante. El orgullo personal, la ambición de Midge y la atracción por una mujer, sumado al olvido al que ha sometido a su esposa y a su hermano, le colocan en una difícil posición en la que incluso prescinde de Tommy, el hombre que lo ha convertido en boxeador de éxito.

La película contó con seis nominaciones al Oscar, entre ellas la mejor fotografía en blanco y negro, y obtuvo el premio al mejor montaje. Contada en forma de gigantesco flashback, la cinta comienza con unas poderosas y sombrías escenas que transcurren en los túneles de un polideportivo, justo cuando Midge se encamina a través de unos pasillos tenebrosos y llenos de sombras amenazantes (magnífica metáfora visual que apela a la imagen que todos tenemos del corredor de la muerte o incluso del tránsito a la otra vida para ejemplificar el momento trascendental en que se encuentra el personaje) hacia el ring para librar su combate más decisivo. A partir de ahí, en una cronología lineal, se nos ofrecen los distintos episodios de la vida de Midge, su ambigua relación de amor y odio con su hermano, su afición a las mujeres y su huida de cualquier cosa que se parezca a un compromiso, y la siempre presente querencia por el dinero, un atracción sin escrúpulos que suele primar más en su vida que las personas que le quieren y que pululan a su alrededor.

Crónica por tanto de los peligros de una ambición desmedida y de la no aceptación de consejos y ayudas por parte de quien, en el fondo, es un ser solitario, ingenuo, infantil y desvalido, por más que pretenda hacerse el fuerte o el poderoso, la mayor virtud de la película consiste en la extraordinaria manera que tiene el guión de caracterizar a los personajes con apenas unas breves pinceladas sueltas en palabras y actos. De inmediato podemos deducir las diferencias de caracteres entre los dos hermanos: Connie es recto, sensato y sensible, posee unos valores y una ética e intenta ceñirse a ellos como norma de vida; Midge en cambio es irascible, violento, caprichoso y, aunque posee buen corazón, lo somete a su egoísmo, principalmente en lo que a mujeres y dinero se refiere. El gran acierto está en el retrato visual de estas características, fundamentado sobre todo en gestos y actitudes y maneras de moverse, de dar a entender la timidez de uno y la osadía, casi la displicencia del otro. En particular, en el caso de Midge, su forma de ser está magníficamente plasmada en su forma de pelear, violenta, excesiva, cruel, sin escrúpulo ni norma alguna que le impida conseguir sus objetivos, no sólo ya la victoria, sino la humillación, la eliminación del contrario.

Sin embargo, las escenas de combate no resultan excesivamente duras ni violentas, excepto aquella que Robson utiliza para extraer la moraleja al relato, el largo último combate de Midge en el que el director se detiene meticulosamente, en un final sencillamente colosal, en detallar todos y cada uno de los golpes que recibe, cómo su cara se vuelve poco a poco irreconocible, cómo las señales, en realidad, como si de un Dorian Gray se tratara, marcas admonitorias que le recuerdan a modo de estigmas todo el daño que ha ido haciendo en su loca carrera hacia el lujo y el dinero, van modificando su aspecto hasta que no queda nada del Midge que conocemos, hasta que el autoproclamado ídolo, temido y respetado por su poder pero odiado por su falta de deportividad, de espíritu humano y de amor por sus semejantes, es devorado en su propio juego de falta de escrúpulos, de derrota, devastación y soledad, mientras que vuelve a ser su hermano el único apoyo que le brinda aunque ya nada pueda hacer por él.

Así Robson nos ofrece una vez más la parábola de los peligros del éxito y de la necesidad de conservar los pies en la tierra y los sabios consejos de quienes nunca juzgaron al ser humano por su éxito o por su dinero, un discurso moralizante que bien puede resumirse en la frase de Oliver Cromwell, hijo de puta donde los haya pero muy sensato en cierta ocasión en la que, preguntado sobre si se coronaría rey de Inglaterra tras el proceso y la muerte de Carlos I, respondió: “uno sólo sube tan alto cuando no sabe a dónde va”. Una película que nos recuerda que el cuchillo del fracaso siempre está atento a cortar por donde más duele. Un aviso para navegantes y, sobre todo, para quienes olvidan que en la vida hay otras prioridades por encima del éxito.


Parábola del ascenso y la caída: El ídolo de barro

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