Revista Opinión

Paralelismos de preguerra

Publicado el 21 septiembre 2014 por Polikracia @polikracia

Hace unas semanas estaba yo sentado casualmente en una terraza, en el barcelonés Paseo de San Juan, y pude oír en la mesa de al lado cómo un hombretón, seguramente de más de setenta años (tenía porte y tono de típico català emprenyat), le confiaba a su acompañante sus más francas consideraciones acerca de la actualidad política: «La solució és que acabem en una altra guerra civil! Així solucionaríem tota aquesta merda de cop i ja podríem fotre el que volguéssim». Su interlocutor, estupefacto, le respondió algo así: «Però, quina bajanada! El que ens passa ara no s’assembla gens al que va passar llavors». Y su compañero, arqueando las cejas, le cuestionó: «Vols dir que no?».

«¿Quieres decir que no?»…

La gente más experimentada de este país, aquellos que transitaron la enfangada laguna de la dictadura para traer a orillas de un nuevo país esta ansiada democracia, son capaces a veces de dejar caer con inocente sutileza (o no tanta, como es el caso) raras perlas de sabiduría (una sabiduría, por lo general, bastante menospreciada hoy en día). En este caso, este hombre me prestó la oportunidad de realizar un paralelismo inusitado, cuanto menos, entre la actual coyuntura política y la que precedió a la guerra civil.

La primera aseveración que es pertinente hacer, contestando a las acaloradas declaraciones de este català emprenyat, es que ni va a tener lugar un conflicto armado en los próximos años en España ni, por supuesto, sería una solución plausible; una guerra jamás lo es, y por suerte nuestro orden democrático (al tiempo que vulnera derechos fundamentales de los ciudadanos en diversos aspectos) sí que garantiza la seguridad ciudadana por encima de los discursos incendiarios de sectores reducidos de la ciudadanía y sus representantes políticos. El nivel del conflicto y la inestabilidad de los años precedentes a la guerra está muy lejos de la actual situación.

Sin embargo, y habiendo aclarado que este no va a ser un artículo de tono apocalíptico y épica invertebrada, sí considero que realizar este paralelismo propuesto es un ejercicio muy sano, pues puede servir para ofrecer una reflexión profunda en relación a la actual crisis y a los horizontes inciertos que se abren; cuando uno saborea en la mente estas consideraciones, lo primero de lo que se da cuenta es de que, efectivamente, ya han germinado en España los factores necesarios para que se abra esa puerta revolucionaria, ese escenario de volatilidad política que se ha dado tantas veces a lo largo de la historia para articular significativas transiciones en el orden sociopolítico, y que se dio en España tras el fin de la dictadura de Primo de Rivera. La prueba última en que confluyen estos factores (un cóctel infalible de recortes, corrupción, troika y paro que ha disparado el descontento de la gente) es, sin duda, el movimiento 15-M, que marcó un antes y un después en la conciencia ciudadana y su percepción del poder popular.

Por tanto, es innegable que ese primer paso ya ha sido dado: de la indignación a la movilización, y de las calles a las urnas; la revolución latente que se respira, si bien con toda seguridad jamás llegará a desembocar en un conflicto como el que se dio antes de la guerra civil, denota que el orden establecido va a tambalearse: aquella actitud acomodaticia del pueblo manso durante los años de bonanza ha desaparecido, y la gente está dispuesta a salir de casa no solamente para protestar, sino también para cambiar las cosas. Y no es demagogia, sino hechos comprobables estadísticamente en las manifestaciones, en el auge del activismo y, cómo no, en los resultados de las elecciones europeas. La gente, cuando cae en la desesperación, se muestra dispuesta a arriesgar.

Hablando de las elecciones europeas… Sin duda, una réplica un tanto inmadura de las elecciones municipales de 1931, en que la izquierda republicana dio un primer golpe de efecto que sirvió para deponer al rey y proclamar la República. Claro está, las consecuencias no han sido ni mucho menos la caída de un régimen estatal; pero aun así, y teniendo en cuenta que las europeas tienen un impacto limitado en el panorama nacional (por ello se dice que son un asequible barómetro electoral), sí que puede decirse que han significado un primer asalto (o un amago de asalto) al régimen tácito que gobierna España, de cuya caída ya se habla en susurros exaltados por entre los pasillos del Congreso: el hegemónico bipartidismo. El popularmente bautizado PPSOE.

Las elecciones han formalizado una realidad palpable desde hace tiempo, y es que la polarización política, al tiempo que ha dado el primer aviso a unos amargos vencedores, ha ensalzado a una izquierda aupada por su discurso anti-establishment augurándoles un futuro próspero en el corto plazo, enfrentados a unos rivales minoritarios en la derecha supuestamente progresista (Ciudadanos y UPyD) cuya popularidad se estanca. Los auténticos vencedores han sido aquellos que buscaron capitalizar el voto indignado y que se hicieron eco del 15-M: Podemos (que nació del movimiento como su representación política, y cuyo líder, Pablo Iglesias, ha sabido hacer de sí mismo una marca comercial de masas) y, en menor medida, Izquierda Unida (que, además de defender el movimiento, fichó a numerosos rostros visibles del mismo, como es el caso del jovencísimo y prometedor Alberto Garzón; a pesar de ello, es cierto que más que crecer se ha mantenido en a duras penas, pero ello ya es meritorio considerando que en el 2011 protagonizaron un crecimiento muy notable). Lo dicho: ecos soslayados de 1931, cuando un sorprendente ascenso electoral de los republicanos cambió el panorama por completo.

Por tanto, la pregunta compulsiva que debemos formular es la siguiente: ¿Podría esta izquierda resucitada llegar a crecer como lo hizo durante la Segunda República? ¿Podría ser que a medio plazo llegásemos a ver un gobierno encabezado por una izquierda extrema unida? Lo que está claro es que, si bien las europeas sirvieron para dar un sobresalto, su proporción no es comparable a la de las municipales de 1931 (pues los republicanos ganaron entonces por mayoría, mientras que por el momento siguen por delante en España los de siempre). Pero hay multitud de factores hoy en día en España, como la corrupción generalizada o el desapego social, que no estuvieron presentes entonces, y que con toda seguridad garantizarán un mordisco aún mayor al bipartidismo en los próximos años. Por lo tanto, sí, es cierto que les queda aún mucho camino por recorrer; pero la izquierda no podría gozar ahora mismo de vientos más favorables.

Nos encontramos en la antesala de unas elecciones generales que con toda seguridad transformarán el mapa político, y con unas convulsas municipales por medio que pueden ser más decisivas de lo que parece (¿podría darse un nuevo asalto golpista si las ganase una mayoría de izquierdas, exactamente como ocurrió en 1931?). Sea como fuere, lo que es seguro es que se acercan oportunidades inmejorables para crear la inestabilidad necesaria para trastocar el orden natural de la vida política española y encarar la nave hacia esa puerta abierta al cambio. No obstante, hay poco tiempo para que la izquierda trace una estrategia de la que dependerá su éxito y su eventual impacto en la situación actual; porque el impulso popular se dará, pero dependerá exclusivamente de ellos saber potenciarlo y hacerlo converger adecuadamente. La principal baza con la que cuenta la izquierda para cumplir estos objetivos, sin duda, es explotar esa vía de esperanza que Podemos ha abierto, y que IU a solas no había sabido canalizar correctamente.

¿Por qué es Podemos la llave para que la izquierda reconecte con la ciudadanía? ¿Qué representa? Una bocanada de aire fresco, una revolución que viene de abajo y en la que la gente puede depositar su confianza: esa es la imagen que se han esforzado en pintar. En realidad, Podemos e IU tienen muchos puntos en común en sus programas, y la muchas de sus reivindicaciones son cercanas entre sí; pero IU carga con un lastre que lo identifica con ese régimen de corruptos, un líder (Cayo Lara) que no apela a la sensibilidad de los votantes jóvenes y una pesadumbre histórica muy poco atractiva. Podemos, en cambio, nace directamente de las nuevas generaciones, tiene un discurso de tono más radicalizado (simbolizado por el famoso término «casta»), promulga una integridad intachable y, sobre todo, ha sabido concebir internet como una arma política potentísima; Podemos no hubiese llegado hasta dónde está sin la ayuda de internet, y esto no pasa desapercibido a sus dirigentes, que ya han manifestado su compromiso para emplear las nuevas tecnologías en un proceso de democratización de la política. Por todo ello, Podemos (seguramente, con el apoyo de IU) reúne las características para poder plantar cara con garantías al bipartidismo; y, en inevitable correspondencia con el paralelismo histórico, debo decir que su impacto repentino recuerda al que tuvo la recién creada ERC en aquellas mismas municipales de 1931, con apenas un mes de vida, cuando llegó a ser la tercera fuerza más votada de España.

La realidad estadística, no obstante, no está del lado de Podemos. Antecedentes similares a su auge hay muchos, y la mayoría cuentan una misma historia desalentadora: partidos de la izquierda radical que brotan del descontento social, con un discurso populista y de gran elocuencia, pero que no se concreta más que en proposiciones vagas (porque quien haya leído el programa político de Podemos sabrá que rebosa belleza patriótica, pero cabe desconfiar de la sensatez de sus metas). Hace tres años, en Alemania surgió también un partido de corte ideológico similar (el Partido Pirata), muy asentado en el poder de las redes sociales, que cosechó un éxito igual de inesperado y un porcentaje muy similar de votos. Sin embargo, su inexperiencia y sus elevados principios los llevaron a chocar abruptamente con la realidad: la dinámica parlamentaria que ellos desconocían imposibilitaba que sus militantes pudiesen tomar todas las decisiones de gestión democráticamente; por éste y otros contratiempos, entró en severas contradicciones con su ideología, padeció conflictos internos y acabó por caer tan velozmente como había ascendido. Sin embargo, parece que Pablo Iglesias ha hecho los deberes en este sentido, ha demostrado que no quiere caer en los mismos errores y se ha propuesto crear un sistema de democracia participativa que sea realmente efectivo, y que dé cabida no sólo a militantes sino también a la ciudadanía en general: esto se ha concretado en la puesta en marcha de su cuenta en Appgree, una aplicación que permite a cualquier ciudadano opinar en un foro masivo para concretar propuestas generales en cuestión de minutos.

¿Y qué hay de la inexperiencia? Porque la estadística muestra que ha sido el factor considerado más determinante en la rápida decadencia de estos partidos revolucionarios. Parece ser que, en este aspecto, los estrategas de Podemos también están empleándose a fondo, y es de gran relevancia el acercamiento que se está produciendo entre su partido e IU, precisamente. Ya han sido varias las declaraciones ante la prensa en que integrantes de ambos partidos se han elogiado mutuamente y se ha dejado caer la posibilidad de formar una coalición electoral. Ya hemos dicho que sus idearios son muy cercanos, pero que en las formas Podemos ha sabido captar mucho mejor el voto indignado y ha conseguido rascarle votantes a IU. Entonces, ¿en qué beneficiaría esto a Podemos? Hay quienes argumentan que esto identificaría la marca Podemos con la «casta», que perdería credibilidad, que tendría que ceder en sus exigencias para poder adaptarse a un consenso en desigualdad de condiciones. Sin embargo, podríamos argumentar que se trata de la estrategia perfecta para paliar las consecuencias de la falta de experiencia parlamentaria de la formación, al tiempo que, lejos de dañar su marca (pues, como se ha dicho, sobre IU pesa el lastre de la corrupción, pero está regenerándose también a raíz del 15-M, y de todos modos comparte el enemigo común, que es el bipartidismo), reforzaría su capacidad electoral al atraer a votantes que desconfiaron precisamente de esa inexperiencia, de esa falta de concreción. Considero que IU jugaría un papel crucial, en un hipotético ascenso de la izquierda, como socio idóneo para suplir las carencias de Podemos (y viceversa). Si Podemos finalmente formase una coalición de izquierdas, estaría demostrando que sus líderes son capaces de obrar con racionalidad antes que dejarse llevar por peligrosos excesos de confianza; y además, por qué negarlo, se acercaría a la voluntad unificadora de aquel poderoso Frente Popular que ganó las elecciones de 1936 a una derecha incoherente.

Independientemente de adónde estas divagaciones puedan conducir, lo que es inapelable es que hoy por hoy el sector de la izquierda extrema se encuentra ante una oportunidad histórica de recobrar el terreno perdido, casi cien años después, para retomar el legado de aquel azañismo sin complejos que buscó transformar el sistema y apuntalar los pilares para un nuevo régimen que, a causa de las graves inestabilidades políticas y la insurrección militar, jamás llegó a materializarse. Y hoy, al igual que entonces, parece que la tolerancia interpartidista podrá confluir en esfuerzos por crear nuevamente una coalición dotada de verdadero potencial electoral; y puede que esta crisis trágica del capitalismo sirva, a la postre, para engendrar en el futuro próximo una regeneración victoriosa de esa izquierda valiente, de esos Azaña y esos Largo Caballero, de esos republicanos, anarquistas y comunistas, ciertamente dispares en sus idearios, pero unidos gracias a una conciencia trascendente y una firme determinación. Ese es el ingrediente definitivo que podría sacar adelante la coalición IU-Podemos: una responsabilidad histórica, una altura de miras que brilla por su ausencia entre quienes hoy nos gobiernan.

Y me permitiré sólo una última observación, por extender ese paralelismo con el que he arrancado, señalando el asunto catalán: ¿podría un cambio de régimen ilusionar a los catalanes con un proyecto común, y alejarlos así del independentismo en auge? ¿Podría volver a ser Cataluña, como lo fue bajo el gobierno de Lluís Companys, ese aliado necesario de la izquierda republicana?

Mi querido català emprenyat: Aunque tal escenario parezca aún muy lejano, tal vez (y sólo tal vez), no sea necesaria una guerra para solucionar tus apuros, sino una transformación radical del orden democrático; porque, como he dicho antes, el supuesto de un conflicto armado es increíblemente disparatado, y es por ello precisamente que se abre una vía segura para realizar aquellos objetivos a largo plazo que durante la Segunda República jamás acontecieron.


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