Revista Salud y Bienestar
Ahondando en los apasionantes pasajes de la Historia de la Medicina, quisiera detenerme en un momento un tanto contradictorio. En el siglo XIX, en plena época victoriana, la de Charcot en la Salpêtriére, eran frecuentes los cuadros de histeria: una enfermedad que fue descrita con todo el lujo de detalles y la minuciosidad de la que sólo los clínicos de la época podían hacer gala, y cuyo origen se creía en las disfunciones que la insatisfacción sexual, particularmente frecuente en época tan represiva, podía llegar a producir en el útero (histeros viene del griego y significa útero).
El sexo no tenía ó no debía tener otro condicionante que no fuera la reproducción, a tenor de la opinión de quienes dictaban las normas que configuraban el buen comportamiento y lo que en aquellos días habría de entenderse como honorable.
Por este motivo no era infrecuente el masaje de clítoris como práctica médica que habría de llevar a las pacientes a lo que se conocía como "paroxismo histérico" que les produciría gran alivio y que, en mi consideración, no debía de ser muy diferente a lo que hoy vulgarmente conocemos como orgasmo...
Esta práctica era habitual en los balnearios más exclusivos, en los que también se disponía de procedimientos más sofisticados, como los masajes hidroterápicos con chorros de agua a presión sobre la zona de los genitales.
Debido al éxito de estas terapias y a la cantidad de mujeres que solicitaban estos servicios, Joseph Mortimer Granville acabó inventando el primer vibrador con batería, en el año 1.880, diez años antes de la aparición -por ejemplo- de la primera plancha eléctrica...