El parque del Oeste encierra lugares casi para perderse, como los restos del arroyo de San Bernardino
Javier Rico
Manantial de la Salud, arroyo de San Bernardino, monumentos a Miguel Hernández y a Goya, la Rosaleda, nidos de ametralladoras de la Guerra Civil, cementerio de La Florida, Templo de Debod… El parque del Oeste apabulla con sus retazos de historia repartidos por doquier, pero también por su flora y su fauna. Grandiosos tejos, cedros y ginkgos y correteos, vuelos y cantos continuos de mitos, petirrojos, currucas y papamoscas completan uno de los paseos más agradables por la capital
El parque del Oeste era una de las grandes zonas verdes de Madrid que teníamos pendiente de chequear de cara a futuras rutas con Aver Aves. Nos siguen faltando otros grandes parques, como la Dehesa de la Villa o la Quinta de las Molinos, debido a que damos prioridad a aquellos con potenciales actividades con escolares.
Ya era hora pues de visitar este vergel situado en el distrito de Moncloa/Aravaca y que se extiende a lo largo de 75 hectáreas. Tenemos que reconocer que nos las prometíamos muy felices, ya que, en pleno paso migratorio hacia el sur de muchas aves, pensábamos que los mosquiteros, zarceros, colirrojos y papamoscas de diversas especies que habíamos visto en otros parques, también las veríamos aquí.
Con la Casa de Campo al fondo, los papamoscas no paraban de ir y venir entre los árboles, los arbustos y las praderas
Solamente acudieron a la cita papamoscas grises y papamoscas cerrojillos, en gran número, fuera entre matorrales a pie de pradera o en lo alto de deshojados álamos. Y siempre con vuelos cortos de caza de ida y vuelta, cogiendo fuerza proteínica en forma de insectos voladores para continuar su ruta migratoria hacia el continente africano.
Pero dio lo mismo. Cualquier ruta reposada y temprana en la mañana por parques como el del Oeste depara momentos reparadores envueltos en su historia natural y cultural. Eso sí, siendo domingo también te encuentras escenas desagradables, como que la conocida fuente o manantial de La Salud luciera fea por culpa de las botellas y bolsas de los restos de botellones.
La fuente de La Salud ensuciada con el vandalismo post-botellones
Una lástima, porque no comienzas con todo el ánimo del mundo a recorrer uno de los rincones más bellos del parque: lo que queda del arroyo de San Bernardino. Antiguo afluente del río Manzanares, ahora es un cauce artificial de 600 metros, pero muy bien acondicionado, con un coqueto sendero a su vera y abundante vegetación ribereña en la que lucen especialmente tarays y sauces. Mirlos, currucas y petirrojos se encargan también de darle vida.
Justo donde se acaba el arroyo, en una subida en dirección a los restos de los nidos de ametralladora que se levantan en paralelo a la avenida de Séneca como testimonio de la Guerra Civil, se aprecia uno de los muchos árboles de gran porte y belleza del parque. Se trata de un tejo, colmado de ramas hasta el suelo, como suelen, que te llevan a preguntar si en realidad no habrá “ahí dentro” varios tejos, y no uno solo. Además, le pillamos en plena fructificación, con sus bayas rojizas.
Los frutos embellecen aún más el porte de los tejos
También por la misma zona, aprovechando la profusión de cedros y píceas igualmente de gran porte, se divisa fácilmente a las especies de cotorras presentes en Madrid: la argentina y la de Kramer. La primera es más numerosa y en ocasiones echa de su territorio a la segunda. A las que no echan es a las dominadoras absolutas de la avifauna urbana, las urracas.
La parte del parque del Oeste que discurre entre el paseo del Pintor Rosales y el parque de La Bombilla (otro que nos apuntamos para próximas visitas) está más interrumpida por construcciones y atracciones, como el cementerio de la Florida, donde yacen los 43 héroes de la resistencia ante los franceses retratados por Francisco de Goya, que también tiene un monumento cerca; la Escuela de Cerámica, la Rosaleda, el teleférico o el Templo de Debod.
La Rosaleda, todo un clásico del parque del Oeste
Pero claro, si mantenemos despierto el interés por la biodiversidad urbana, nos seguirán sorprendiendo árboles de aquí (un espectacular roble albar) y de allí (el estallido rojizo del arce japonés en otoño) y, por supuesto, el deambular acrobático de mitos y carboneros (comunes y garrapinos) entre las ramas, las bandadas de gorriones molineros picoteando en las praderas y el bullicio de los estorninos negros agrupados en lo alto de los álamos.
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