Revista Talentos

Partos

Por Sergiodelmolino

Reconozco que no tenía opinión sobre el tema, pero cuando nos quedamos embarazados dejé salir a la madre que hay en mí y me leí un montón de cosas. Y como, desgraciadamente, vivimos en un mundo con una cantidad ingente de información muy accesible. me adentré en un universo lleno de interesantes polémicas. Ahora, sin ser médico ni matrona ni nada, creo estar en disposición de fundamentar mis convicciones sobre un tema, al parecer, pasional.

Titulaba ayer El Mundo: “Vuelve el debate sobre la seguridad de los partos en casa”.

Hay un movimiento de defensa del parto natural, en oposición al parto medicalizado. El movimiento tiende a expresar sus puntos de vista de modo taxativo y, hasta donde he sido capaz de atisbar, dejando pocos resquicios para el debate. Propugnan que los partos se produzcan en casa o, el menos, en un entorno no hospitalario, en una habitación relajada, en un lugar íntimo y feliz.

Sostienen, con razón, que el parto es un proceso fisiológico natural, y que la medicina ha establecido muchos protocolos innecesarios que incomodan y hasta humillan a la parturienta. Llegan a argüir que todo el paritorio está pensado para la comodidad del médico, forzando una postura antinatural en la mujer y llenando de tensión y frialdad lo que tendría que ser un momento hermoso y tierno.

Y tienen razón: todo el proceso, tal y como está planteado en los protocolos ginecológicos y hospitalarios, es profundamente antinatural, pero los partidarios del llamado parto natural utilizan esta verdad para formular un axioma falso: que todo lo natural es bueno o preferible a lo artificial.

Pues según qué y cómo.

¿Son mejores para vivir las cuevas que los edificios? ¿Es mejor la comida cruda que la cocinada? ¿Es mejor ir desnudo que vestido? ¿Es más bella la selva que el David de Miguel Ángel? ¿Es más armonioso el gruñido de los leones marinos que una sinfonía de Mahler?

Una vez, haciendo uno de esos típicos reportajes primaverales sobre alergias, le pregunté a un médico si era cierto que los programas de vacunación y el higienismo radical que practicamos con los niños erna responsables de la proliferación de nuevas alergias antes desconocidas en los adultos. Me respondió: “Es completamente cierto, hay una relación directa y demostrada. La cuestión es elegir qué preferimos, si reducir las alergias relajando la higiene y los programas de vacunación, o mantener una tasa de mortalidad infantil cercana a cero. Las dos cosas son incompatibles”.

Algo parecido pasa con el movimiento del parto natural. Siendo razonables muchas de las críticas que se hacen al sistema sanitario, hay un argumento demoledor a favor de seguir pariendo en los hospitales: la evolución de la tasa de mortalidad al nacer en los países desarrollados donde lo normal es parir en un centro sanitario.

Se podrá marear la perdiz todo lo que se quiera, pero los datos son estos. A principios del siglo XX la mortalidad infantil en España superaba el 120 por mil. A mediados, el 60 por mil, y todavía en 1980, cuando ya estaba generalizada la atención hospitalaria, pero sin los cuidados prenatales que hay ahora, superaba el 10 por mil. Actualmente, la tasa está en un 4 por mil, una de las más bajas del mundo, y la clave de este éxito está en la excelente atención hospitalaria que recibimos. Hoy en día, los ginecólogos y pediatras de un buen hospital son capaces de garantizar la supervivencia de un bebé prematuro de 28 semanas.

Me parece que no somos nada conscientes de esta maravilla. Esto era algo impensable hace tan solo veinte o veinticinco años, y directamente de ciencia-ficción para nuestros padres y abuelos.

Por eso no me cabe en la cabeza que, en nombre de un difuso culto a lo natural, se quiera desarmar uno de los mayores logros de la ciencia y del Estado del bienestar. Ya hay estudios que sugieren que la moda de parir en casa ha provocado un repunte de la mortalidad neonatal.

No necesitaban hacer ese estudio: las series históricas de la tasa de mortalidad infantil ya son bastante elocuentes.

Claro que el parto es un proceso fisiológico, y que tanto la madre como el niño están biológicamente preparados para afrontarlo. Si no hay ninguna complicación, todo suele salir bien sin que tenga que intervenir nadie.

Pero, en cuanto surge cualquier complicación, a diferencia de otros procesos fisiológicos, los riesgos son altísimos, tanto para el niño como para la madre. Uno de los dos tiene muchas posibilidades de diñarla si algo no sucede como debiera -y son muchas las cosas que pueden no suceder como debieran, por miles de causas distintas-, y en ese caso, lo sensato es que haya un equipo preparado, con instrumental adecuado y capacitado para actuar con rapidez. Y, desde mi punto de vista, el equipo médico tiene que estar cómodo: por supuesto que el paritorio tiene que diseñarse atendiendo a sus necesidades profesionales y no a la comodidad de la parturienta. Si mi vida depende de alguien, quiero que ese alguien esté cómodo, que haya dormido bien, que cobre un sueldo majo, que se sienta querido y valorado y que le masajeen la espaldita si se siente tenso.

Se pueden debatir muchos aspectos, las madres pueden exigir un ambiente más cálido y un trato más cariñoso, y los protocolos médicos se pueden relajar en aquellos aspectos no esenciales para la supervivencia de la madre y el niño -de hecho, eso ya se está haciendo en muchos servicios públicos de salud-, pero, en nombre de unas consideraciones como poco discutibles, no deberían jugar con su vida ni con la de su futuro hijo. Es una irresponsabilidad.

En definitiva, que el sistema sanitario no es nuestro enemigo. Si lo vemos así, contribuiremos a dinamitarlo (y ya está bastante tocado). ¿Tendrá que desaparecer para que nos demos cuenta de lo mucho que lo necesitamos?


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