Del arpa salen notas de agua, suavemente in lento crescendo instrumentos de viento y finalmente, violas y violines. La orquesta entera acompaña la entrada en escena de la bailarina. Casi flota sobre las puntas de sus zapatillas, se mueve con exquisita delicadeza, parece etérea. No es frágil, y sus movimientos son seguros, parece una libélula. Los focos acentúan el brillo y la flotante vaporosidad de la ropa. La música, desde el foro, se hace más profunda anunciando la aparición del bailarín, y se eleva con la pareja. Pas de deux. Ella danza hacia él, él hacia ella, se abrazan sin tocarse y después de un giro él la levanta. Ella es una pluma, vuela en el aire sobre las cuerdas de un violín. Un nuevo giro y en dos movimientos queda a su lado, ambas mejillas coinciden sutilmente.
Qué sencilla la vida si la bailáramos en un pas de deux. Paso de dos, en danza. Cada uno de nosotros dando lo mejor de uno mismo, con fuerza, con intensidad. Dejarse llevar por la música, caminar el terreno cotidiano, las dificultades de cada día, siendo uno puntal del otro. La danza se hace más completa, más arriesgada, son su punto de apoyo. El efecto de belleza extrema que expanden compartiendo la coreografía se multiplica hacia el infinito. Juntos pueden hacer giros que solos serían imposibles de ejecutar.
Qué suerte los que tienen una pareja que les hace volar, y que hacen volar. Separarse y buscarse, danzar cada uno sus propios pasos, expresarse individualmente. Y volverse a encontrar.
Poder girar con alguien, embelleciéndose mutuamente. Mirarse a los ojos, un destello de luz, una sonrisa. Pas de deux. El difícil equilibrio que es posible. Confiar, abandonarse a sentir.C. Marco