Pasado en la boca, el reciente libro de Esther Abellán, preciosamente publicado por la editorial Sapere Aude, es -como bien dice en el prólogo el también poeta José Luis Zerón- "un poemario o extenso poema bello, honesto y depurado" que mezcla el heptasílabo, el octosílabo y el endecasílabo junto con algunos poemas breves en prosa.
En él se albergan multitud de momentos que nos llevan a diversos estados de ánimo, como telón de fondo, el mar o paisaje marítimo, que sazona multitud de poemas y los dota de riqueza sensorial:
Sombras que cuidan los cuerpos,
colores, juegos de mar
que salvan los pies del fuego.
El clima arde en tornasoles.
Sueño al borde de esta orilla,
dictamen del sol poniente.
Esther Abellán tiene la capacidad de no cerrar el poema, de no dejar que se ahogue y muera en la orilla. Lo suyo es sugerir, parar el tiempo y captar el instante; su poesía es un vaivén de emociones, un cúmulo de olas que va mojando la arena y arrastrando con ellas nuestras inquietudes y anhelos. Para ello se vale de símbolos y de diversas figuras retóricas como la metáfora o la paradoja, pero eso no quiere decir que sea una poesía compleja, si algo caracteriza la poesía de Esther es su sencillez y calidez poética:
A veces, consigo sentir el vacío de los espacios en blanco;
me duermo en cada letra que me convence de que existo y
sangro con el tono negro de la tinta hasta que desaparezco
en silencio.
El mar, que adquiere aquí gran preponderancia, es, a mi entender, una especie de hilo conductor que sirve a su autora para navegar -en este océano de versos- por el camino más certero, pues las connotaciones y la simbología que contiene le permiten hacer con este casi una oda, al estilo de Rafael Alberti en su Marinero en tierra:
El mar se parece mucho al olvido,
un paisaje en el que desapareces
tras la voz de lo innombrable,
un reflejo transparente,
un destello de luz.
Después,
todo vacío,
inmensidad,
silencio,
nada.
Tú.
La infancia y el paso del tiempo son otros de los temas que me han llamado la atención especialmente. Estos, como no podía ser de otra manera, van asociados al mundo costero: Huellas en la arena de la niñez...// Un día descubrimos en la playa/ nuestra niñez inadvertida...// El eterno rival de la memoria, / niñez advenediza que se va para vivir su propia circunstancia...// Los años pasan de largo, de incógnito, moderan la voz, la sangre, el vocablo...//
Estamos, pues, ante un poemario que no deja indiferente por su temática trascendental, que deja huellas en la duna, imborrables quizá para el lector que goce de cierta sensibilidad.
Los versos de Esther Abellán servirán de guía para aquellos que apreciamos su talento, no dejen que la tempestad vital lo borre todo a su paso. Si para algo sirve la escritura es para eternizarnos un poco en la marea de los días.