Revista Opinión

Pasar página

Publicado el 03 septiembre 2018 por Jcromero

La democracia no puede permanecer impasible ante la manipulación informativa, ante gobiernos incapaces o ante situaciones de privilegios humillantes que perpetúan honores que ofenden. Hacer frente a la exaltación de cualquier régimen totalitario es una obligación tan democrática como proteger la libertad de expresión o la discrepancia política.

Puesto que en el debate político nadie está predispuesto a dejarse convencer, ¿es necesario justificar la conveniencia de sacar a un dictador de un mausoleo o la necesidad de acabar con aquellos monumentos erigidos para gloria y exaltación de una dictadura? Las explicaciones y los argumentos se exponen para aclarar malentendidos o contrastar diferentes puntos de vista, pero qué hacer con quienes defienden posiciones intolerantes y se manifiestan contrarios a cualquier decisión, legitima y legal, que trate de suprimir la simbología antidemocrática. Cómo proceder frente a quienes consideran a todo aquel que no comparte sus ideas como un enemigo a quien hay que doblegar. Cómo actuar frente a quienes desprecian los resultados electorales porque añoran un liderazgo caudillista de mano dura y bota, por supuesto, militar. Cómo hacer frente a quienes reproducen tics de un pasado marcado por la represión y la violencia. Si todo está explicado, si todas las posturas están expuestas, qué interés hay en dilatar lo inevitable y necesario.

Acostumbrados a la condescendencia de los distintos gobiernos del actual periodo constitucional, cuando el Congreso aprueba la exhumación del dictador por 198 votos a favor frente a 140 abstenciones y 1 voto en contra -dicen que por error-, los nostálgicos no alzaron mucho la voz. Debieron pensar que la cosa no pasaba de un simple acto simbólico sin mayores consecuencias. Ahora, cuando se pretende hacer efectivo aquel acuerdo parlamentario, aparecen franquistas por todos lados y algunos grupos políticos, que no se opusieron en la referida votación, actúan como si hubieran equivocado su voto. Alegan que no es el momento, que las formas no son las correctas o que no es un asunto urgente. Pasado cuarenta años de la muerte del innombrable estos pretextos suenan a chistes de mal gusto democrático. Tanto pretexto absurdo termina dando por bueno el argumentario en favor de conservar los restos del tirano en lugar destacado y prolongar en el tiempo un monumento humillante para las víctimas y repugnante para los demócratas.

¿Por qué narices la democracia española debe seguir homenajeando a un dictador? Resulta paradójico, tal vez surrealistamente chungo, perpetuar la glorificación del tirano y ensalzar las atrocidades del régimen mientras se mantienen sepultados en cunetas y fosas comunes a muchas de sus víctimas. De la derecha española no cabe esperar un rechazo contundente de la dictadura; han tenido cuarenta años y no lo han hecho. Que el principal partido de la derecha fuera fundado por ministros del régimen puede explicar por qué siempre se ha refugiado en que no era bueno mirar al pasado, reabrir heridas y otras milongas justificativas. Malo, la supuesta nueva derecha continúa en las mismas; peor, millones de votantes aceptan ese discurso.

La democracia es un sistema que exige de todos. De los políticos, comportamientos transparentes y acordes con sus compromisos electorales; de los ciudadanos, una actitud vigilante, reflexiva y crítica sobre asuntos de interés ciudadano y sobre quienes elige como representantes. La discrepancia y el acuerdo son valores democráticos. En este sentido, siendo deseable pasar página de cierto periodo de nuestra historia no es menos cierto que para pasarla es preciso que esa página sea escrita, leída y asumida por los demócratas y los partidos democráticos de este país. No será fácil consensuar un acuerdo de mínimos sobre ese pasado tenebroso que, como un fantasma, se perpetúa en el tiempo. Por ello, sería partidario de hacer lo que es necesario hacer por justicia, dignidad y decencia democrática.

Escribamos de una vez esa página para cerrarla y ocuparnos de la desigualdad y la miseria, de la exclusión social y la marginación, de los derechos ciudadanos y los atropellos del poder. Pasemos página para afrontar esas cosas que nos afectan ahora y siempre.

Peter Nelson, Hailey Niswanger, Willerm Delisfort, Raviv Markovitz, Itay Morchi


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