Cuando paseamos estamos haciendo una actividad que sube nuestras pulsaciones y potencia que el riego sanguíneo se distribuya uniformemente por nuestro cuerpo. Caminar, potencia el estar con uno mismo. No suele producir un cansancio intenso, por lo que permite la entrada de pensamientos sobre el día, temas pendientes… Y por supuesto también permite escuchar música. Si se aprovecha bien, un paseo permite pensar en temas que quizás la rutina no nos permite abordar. Un paseo de 30-45 minutos permite dejar para después el resolver otras cosas. Dependiendo del nivel de preocupaciones, y de la necesidad de no parar, un paseo puede verse como una pérdida de tiempo, pero la realidad es que si aceptamos posponer un rato lo que hay que hacer y paseamos, puede tener un efecto similar a la meditación: desconecta el cerebro y apacigua las emociones. No olvidemos que además la secreción de serotonina y endorfinas aumenta, por lo que multiplica el beneficio.Cuando además paseamos acompañados, se convierte en un acto social que puede contribuir más aún a la magia del paseo. Como normalmente el pasear no impide hablar con fluidez, al no subir mucho las pulsaciones, se puede conversar. Podemos compartir lo que nos pasa en el día a día, lo que nos preocupa, lo que estamos pensando hacer en un futuro…Hay una peculiaridad de conversar paseando: se suele caminar en paralelo, por lo que se establece una conversación en la que apenas es necesario mirarse a la cara. Este hecho suele ayudar a reflexionar y a abrirse más fácilmente. Yo suelo recomendar a las parejas que les cuesta hablar sobre ellos, que paseen e intenten abrirse en ese rato. ¡Suele ser bastante útil!
Retomando el beneficio de pasear desde el punto de vista fisiológico, es llamativo el estudio realizado por la Universidad de New Mexico Highlands (NMHU), dirigido por el Dr. Ernest Greene. En él se ha podido contrastar como el caminar produce un beneficio directo sobre el cerebro.