El economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Olivier Blanchard, uno de los pilares de la troika que adoctrina sobre las bonanzas de la austeridad y esforzado organismo a la hora de recriminar a los países díscolos que se desvían del déficit para que vuelvan a la senda, se ha retractado de las consignas promulgadas hasta ahora. Sí, tal como decían las personas que viven en el mundo real, que pisan las aceras, tropiezan con los desconchados y respiran la contaminación de las ciudades o la soledad de los campos y pueblos abandonados, la austeridad trae pobreza.
Revista Opinión
“A buenas horas mangas verdes”, dice hoy Forges en su viñeta diaria de El País. Es un primer paso, muy importante, pero no suficiente. Con palabras no se enmendan los hechos. Ahora, hay que actuar y cambiar el rumbo. ¿Sería lo lógico, no? La austeridad ha llevado a España a su particular abismo fiscal. Y más allá de las cifras, o más bien más acá, está el drama de miles de personas de todas las edades, ancianos, jóvenes, no tan jóvenes, niños…, que han tenido que realizar su particular emigración física o mental para no caer en la austeridad depresiva impuesta. Para todos ellos, los Reyes han sido este año la historia de Navidades pasadas, un buen recuerdo en un día de sol. Pasear es gratis. A ellos no han llegado las palabras del economista jefe del FMI, un desconocido hasta ahora, ni lo harán a no ser que tengan su correspondencia en hechos. Pero con la celeridad que ha demostrado hasta ahora la lenta, pesarosa y burocrática Unión Europea, quizá esas palabras de aliento lleguen, con todo, demasiado tarde. A Merkel, que rige nuestros destinos aquí, le deben haber sentado las palabras de Blanchard como el mismísimo carbón. Y aquí, como una amenaza al reparto del pastel público entre los amigos y afines con la excusa del recorte y la austeridad. “¿Y ahora quieren acabar con la crisis? La madre que los trujo”, dice alguien al otro lado de la puerta.