Hay ciudades en Andalucía que esconden lugares que no pensábamos que existían.
Marbella es una de esas ciudades que más allá de sus playas, su lujo rutilante y la fascinación que despiertan sus exclusivas urbanizaciones y puertos deportivos posee rincones que encarnan la mejor arquitectura tradicional andaluza.
Los barrios antiguos de Marbella son singulares ejemplos de un urbanismo hecho a medida del hombre, milagrosamente conservados en el corazón de una gran urbe asomada al Mediterráneo.
El término municipal marbellí se asoma a la Costa del Sol a lo largo de veinticuatro kilómetros, frente a un mar siempre azul y a espaldas de las cumbres puntiagudas de la Sierra Blanca.
Marbella era un pueblo tranquilo, de tradición pesquera, a mitad de camino entre Gibraltar y Málaga.
La Plaza de los Naranjos constituye el corazón de la ciudad histórica. La plaza fue urbanizada en el siglo XVI, pero se sabe que bajo sus cimientos duermen la historia de la villa árabe.
En uno de sus costados se alza el ayuntamiento, barroco y reformado a lo largo de las tres últimas centurias en decenas de ocasiones.
Y a su lado se yerguen otros palacetes de la misma época, patrocinados por apellidos importantes que a lo largo del XVIII y el XIX hicieron fortuna negociando con los principales puertos del Mediterráneo. (El Mundo)