vía La Brujula Verde de Jorge Alvarez el 26/10/11
El año 1885 fue pródigo en hechos históricos relevantes. Se celebró la Conferencia de Berlín para que las potencias europeas pudieran repartirse el mundo colonial, la arqueología incorporaba una nueva maravilla a sus descubrimientos con las ruinas de Chichén Itzá, en EEUU se registraba una nueva bebida llamada Coca Cola a la vez que era capturado el jefe apache Jerónimo y en España fallecía Alfonso XII dejando a su viuda como regente porque el heredero aún era un feto en gestación.
Pero quizá el acontecimiento más importante fuera el que ocurrió tal día como hoy, un 26 de octubre: la presentación oficial de la vacuna contra la rabia. Esta enfermedad era mucho más grave de lo que hoy pueda imaginarse, no sólo por la inexistencia de remedio contra ella sino porque entonces los animales se cuidaban bastante menos que en la actualidad y abundaban los perros que vagaban sueltos.
Y es que, aunque podía transmitirla casi cualquiera, fuera salvaje o doméstico, los canes eran los principales portadores de ese virus neurotrópico que vive en la saliva y pasa al nuevo huésped a través de la mordedura. Los efectos (dolor, encefalitis, cansancio, fiebre, alucinaciones, parálisis) pueden ser rápidos o tardar años en presentarse pero terminan siempre con la muerte si no se tratan. En el siglo XIX no había cura.
Desarrollando las investigaciones anteriores del alemán Zinke y el francés Galtier, un equipo dirigido por Louis Pasteur consiguió aislar el virus a partir de conejos y debilitarlo para fabricar una vacuna experimental. Aplicada a medio centenar de perros previamente inoculados de la infección, la mejoría fue tan patente que Pasteur decidió probar el 6 de julio de 1885 con el joven Joseph Meister, al que había atacado gravemente un perro enfermo días antes.
Meister sanó y Pasteur logró así entrar en el Olimpo de la ciencia y, de paso, librarse de una acusación de intrusismo, pues no era médico sino químico.