Fantasía de la mujer que danza y del viejo
que es su padre y que hace tiempo la llevó en su sangre
y la engendró una noche, gozando en una cama, desnudo.
Se apresura ella para llegar, sin retraso, a desvestirse
y hay ya otros viejos que allí la esperan. Todos
devoran con la mirada, cuando salta a bailar,
el ímpetu de sus piernas, pero tiemblan los viejos.
La joven casi desnuda. Y los jóvenes miran,
entre sonrisas, y no falta quien quisiera estar desnudo.
Los vejetes entusiastas se asemejan a su padre
y todos ellos, bamboleantes, son despojos de un cuerpo
que gozó de otros cuerpos. También algún día los jóvenes
serán padres y, para todos, la mujer es una sola.
Ha ocurrido en silencio. Un intenso regocijo
se apodera de la oscuridad ante la joven vivaz.
Todos los cuerpos no son más que un cuerpo, sólo uno,
que se mueve acaparando todas las miradas.
Esta sangre, que recorre los miembros erguidos
de la joven, es la sangre que se hiela en los viejos;
y su padre, que fuma en silencio, calentándose,
no salta, pero engendró la hija que danza.
Hay una fragancia y un arrebato en el cuerpo de ella
que es el mismo en el viejo y en los viejos. En silencio
fuma el padre y espera que regrese, vestida.
Todos, jóvenes y viejos, esperan y clavan en ella sus ojos;
y cada cual, mientras beba a solas, pensará de nuevo en ella.
Cesare Pavese
Trabajar cansa