Una sola escena basta para acordarle a Los globos un puesto destacado en –si existiera– el ranking de películas nacionales que abordan la (compleja) construcción de la paternidad. Es que la reacción del protagonista cuando escucha “Papá” en boca de su hijo no sólo evita el lugar común que nuestras agencias de publicidad explotaron hasta el hartazgo; también resignifica con una potencia arrolladora esa suerte de hito fundacional en la narrativa familiar occidental.
A juzgar por ése y otros aciertos de su debut como director, el actor Mariano González se anuncia –con perdón del neologismo– como un buen resignificador. Por lo pronto, este admirador confeso del cine de Luc y Jean-Pierre Dardenne parece trabajar a su manera la misma materia prima que los hermanos belgas esculpieron más de una década atrás, para El hijo primero y El niño después.
Como el carpintero que Olivier Gourmet interpretó para el film de 2002, César también es un personaje taciturno, que parece encontrar refugio y cierta expiación en su taller (el suyo, muy precario, montado para fabricar globos de cumpleaños). Como la pareja joven que Jérémie Renier y Déborah François compusieron para el largometraje de 2005, el personaje a cargo del mismo González tampoco sabe qué hacer con su pequeño Alfonso.
César crece desde el punto de vista narrativo tanto como aquellos personajes inolvidables de los Dardenne. Quizás porque también la escribió, González encarna esta historia con una consistencia y coherencia encomiables. Acaso haya ayudado el hecho de que su hijo y su padre en la vida real interpretaron al hijo y al suegro del protagonista en la ficción.