
Igual que le sucedió a Susanne Bier con Después de la boda (2006), Scherfig deja atrás las rigideces del movimiento Dogma, ahondando en mi teoría de que todo aquel revuelo fue una simple moda sin apenas consecuencias sobre los recursos cinematográficos. An education es una película rodada con una perfección técnica notable (fotografía, montaje) y unas interpretaciones más que correctas, en la que destaca especialmente Carey Mulligan, a quien se compara repetidamente con Audrey Hepburn. Y para redondear la cosa, el filme combina con sabiduría un mensaje altamente pedagógico con el indiscutible encanto que exuda Mulligan (hay planos adorables en los que su peinado y su ropa son totalmente Hepburn); hasta el punto de que su nombre suena para una nueva versión de My fair lady (2012).

El morbo que despierta la inocencia femenina consiste simplemente en saber cuándo dejará de serlo. Ante una muchacha inteligente, cultivada, atractiva y con ganas de aprender es imposible no sentirse atraído por un deseo irrefrenable; y eso es algo que explota muy bien la película. El problema es que esta variante del síndrome de Pigmalión, en la práctica, para triunfar, depende de la actriz que lo interpreta, y el caso de An education no es una excepción (que, gracias a Mulligan, ha salido bien). Lo malo es que la corrección formal supera con creces el encanto de la historia, y la pedagogía al interés argumental.