Estoy atravesando una de mis fases monográficas en cuanto a literatura: esta vez le ha tocado a Nick Hornby, del que llevo leídas tres de sus novelas. Soy así de previsible: cuando un autor me gusta apuro su bibliografía, o al menos la parte que tiene un tema común o similar (en este caso la juventud y la primera madurez). El hecho de que el guión de An education (2009) sea de Hornby ha jugado a favor de mi decisión de verla; también que su directora Lone Scherfig era la responsable de Italiano para principiantes (2000), un filme del que guardo un buen recuerdo; y también, por qué no, los numerosos premios y nominaciones que ha recibido. En contra pesaba su poco atractivo argumento, que me recordaba a una versión modernizada de Ariane (1957), el clásico de Wilder interpretado por un maduro Gary Cooper y una jovencita Audrey Hepburn.
Igual que le sucedió a Susanne Bier con Después de la boda (2006), Scherfig deja atrás las rigideces del movimiento Dogma, ahondando en mi teoría de que todo aquel revuelo fue una simple moda sin apenas consecuencias sobre los recursos cinematográficos. An education es una película rodada con una perfección técnica notable (fotografía, montaje) y unas interpretaciones más que correctas, en la que destaca especialmente Carey Mulligan, a quien se compara repetidamente con Audrey Hepburn. Y para redondear la cosa, el filme combina con sabiduría un mensaje altamente pedagógico con el indiscutible encanto que exuda Mulligan (hay planos adorables en los que su peinado y su ropa son totalmente Hepburn); hasta el punto de que su nombre suena para una nueva versión de My fair lady (2012).
El problema es que todo el conjunto me ha parecido bastante frío: los personajes son estrictamente lo que representan --el maduro atractivo y mundano, unos padres volcados en su hija única, la estudiante brillante e inocente, la directora inflexible (Emma Thompson), la profesora flexible-- sin que nadie se salga de lo que se esperaría de semejantes arquetipos. Además, el argumento transcurre sin giros ni sorpresas imprevistos, y cuando se desvela la información fundamental la historia se precipita hacia un final de alto valor pedagógico --pero chapucero-- en apenas cinco minutos. Es curioso que, siendo el tema del filme defender la conveniencia de acabar los estudios y resistir las pulsiones hormonales y una vida como esposa mantenida que aconsejan lo contrario, a pesar de lo aburridos y sosos que puedan parecer, la película dedica el 95% a mostrar el lado inapropiado (y divertido) que se extiende más allá de la rutina escolar. Con semejante desequilibrio, es poco probable que alguien llegue a comprender la importancia de lo que apenas aparece en pantalla. Aun así, quitando el IVA de los años sesenta (la época en la que se ambienta el filme) en lo que se refiere a la situación social de las mujeres, es una película ideal para debatir con adolescentes en plena efervescencia.
El morbo que despierta la inocencia femenina consiste simplemente en saber cuándo dejará de serlo. Ante una muchacha inteligente, cultivada, atractiva y con ganas de aprender es imposible no sentirse atraído por un deseo irrefrenable; y eso es algo que explota muy bien la película. El problema es que esta variante del síndrome de Pigmalión, en la práctica, para triunfar, depende de la actriz que lo interpreta, y el caso de An education no es una excepción (que, gracias a Mulligan, ha salido bien). Lo malo es que la corrección formal supera con creces el encanto de la historia, y la pedagogía al interés argumental.