Revista Espiritualidad
Se nos va, se nos va irremediablemente. El año se nos va y yo llevo un porrón de días sin escribir ni una línea. Estoy más atacado que la Estrella de la Muerte. Tengo la agenda más apretada que los tornillos de un submarino. Más quemado que la moto de un hippy. Más agobiado que Marco el día de la madre. Pero bueno, así y todo hay que hacer un poder y traer por aquí unas pedaladas que serán o las últimas o de las últimas del año.
Tengo en la cola de impresión una entrada sobre las lecturas de este otoño. Me ha cundido, además libros muy interesantes, en breve, antes de final de año la traigo por aquí, aún en la situación descrita anteriormente.
Hace un par de semanas estuve por Francia, de trabajo, pero pude aprovechar un día para visitar la región del Somme. Lugar conocido por la terrible batalla de la I Guerra Mundial. Bueno realmente allí, estuvieron tres años seguidos combatiendo, siendo aquellos campos ondulados la tumba de más de un millón de soldados. Visité varios museos, trincheras, mausoleos, recordatorios, monolitos, etc. Coincidía además, que se conmemoraba el centenario del armisticio justo el fin de semana que estuve yo, el 11 de noviembre.
Viendo aquellos sitios, te puedes hacer una idea terrible, de la magnitud del desastre. De la carnicería, del horror, del absurdo. Aquellos campos de Francia, que fueron la tumba de la juventud y la risa de aquella Europa.
Esas cruces, esos panteones, todo aquello no sirvió como algo disuasorio algunos años después, para evitar otra guerra de nuevo a escala mundial y que se cebó de nuevo en la vieja Europa.
Impresiona conocer los lugares, pasearte por los cráteres de las minas, por los refugios, la catedral de Arras, los pueblos que estaban en uno y otro bando Hoy haces kilómetros por allí sin problema, a los ingleses les costó avanzar 900 metros meses y miles de muertos, para luego desandar lo avanzado.
Tremendo, la humanidad en su máxima locura. La sin razón, la soberbia de la ignorancia, los afanes expansionistas, coloniales, más soberbia, más codicia, más locura. Una guerra producida especialmente por el afán belicista de todos los contendientes. Que dura fue luego la realidad, que terribles las nuevas heridas, los nuevos instrumentos de matar. ¡Qué ciegos!
Una lección que además no enseñó nada, en pocas décadas, de nuevo Europa se desangraría.
¿Podemos decir que ahora hemos aprendido la lección? Me gustaría pensar que si, pero algunos argumentos supremacistas, étnicos y nacionalistas que enviaron a generaciones enteras al horror de la guerra, se siguen utilizando en conflictos menores, o eso nos parece. Que el fuego no encuentre lugar donde prender, no quiere decir que no sea una imprudencia o una temeridad por si mismo. Si los políticos y próceres, avivan las llamas del odio y de la violencia, sólo nos queda a los ciudadanos normales, rezar y pedir por que no encuentren la mecha que haga detonar la sociedad del bienestar, la tolerancia, el bien común.
Los políticos que agitan la antorcha a la menor oportunidad, deberían volver la vista atrás y reflexionar.