Revista Cultura y Ocio

Pedradas

Por Calvodemora

Hay libros que no se miran en detalle pueden ser confundidos con una piedra o con un destornillador. En el fondo, mirado todo ahora con el detalle que merece, los libros tienen algo de piedra o algo de destornillador. Igual que no sabemos qué hay en el corazón de las piedras tampoco sabemos las cosas que un libro esconde en su pecho duro. Lo del destornillador me parece que viene a cuento por su vocación de instrumento que abre o que cierra cosas que, salvo que estén siendo utilizadas, deben estar a recaudo, convenientemente selladas. Un libro, si no se abre, es un chusco escandaloso. Tengo amigos que tienen las estanterías abarrotadas de ellos. Entra uno en el salón y advierte el paisaje en las estanterías. No crean que la visión molesta. Bien al contrario, son salones que se te incrustan en la memoria y de los que no sales con facilidad. De vuelta a casa, andando morosamente por las calles, piensas en todo el dinero que usamos en asuntos que no nos reportan nada. Porque luego los libros aplazan su condición de libros y se entregan casi voluptuosamente a su nueva dimensión mineral. Uno de esos amigos, el pasado fin de semana en que cenamos en su casa, me recomendó una piedra que tenía en un anaquel muy alto. La tengo ahí más que nada para que no la veo mi hijo, que es muy aprehensivo e impresionable, me dijo mientras me servía un whisky doble. No me dijo de qué trataba y supuse que el contenido sería de naturaleza promiscua. Hay edades en las que ciertas lecturas marcan una vida entera, razoné. Como le daba mucho bombo al misterio, un poco ya nervioso, le dije que lo bajara. No puedo, contestó. Es un libro tan recomendable que es mejor no leerlo. De hecho yo no lo he leído todavía, pero no hay día en que no lo mire y piense en la cantidad de cosas interesantes que me va a contar y en lo feliz que voy a ser una vez que lo acabe. En esto, discutiendo la posiblidad de que el libro dejase de ser una piedra o un destornillador, dijeron en televisión que en España se escribe más que se lee. Un tipo barbudo, con pinta de activista de algún facción disidente de algo, añadió que incluso sólo leen los que escriben, y eso si les queda rato. Cuanto más lee uno, mejor escribe. En política pasa tres cuarto de lo mismo. Uno va a un mítin de Rajoy o de Rubalcaba y no oye lo que dicen ni Rajoy ni Rubalcaba. Solo se queda con las ideas principales, que son como páginas de un libro colocado en una estantería muy alta. Llegado el caso, en la barra del bar, si el amigo del alma tercia con la subida de los impuestos, es cuando se tira de programa y largamos con aplomo las palabras que hemos estado guardando. Al final de la intervención (puesto que en realidad no son conversaciones sino parlamentos puros) el libro se devuelve a su hueco y uno regresa a  su cueva. He decidido no volver a visitar a este amigo. Lo seguiré considerando como tal, no crean, pero rehuiré darme con bruces con todos esos libros indolentemente abandonados a su mísera condición de piedra. Tampoco saldré al campo, no vaya a ser que lo confunda con una biblioteca y crea que dentro de cada piedra sobrevive un libro. Me agobia como no saben ustedes la idea de que el trabajo se amontone y no de abasto. En casa, si van, comproborán que no tengo libro alguno. En su lugar he colocado figuritas de porcelana, cosas de los chinos y alguna fotografía de la familia.
 


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