Sepulcro de Enrique II en la catedral de Toledo (1390-1406), con cetro, espada y una banda cruzándole el pecho. Capilla de los Reyes Nuevos de la Catedral de Toledo. Dibujo: Vicente Carderera y Solano.
Pedro I subió al trono en 1350, con tan sólo 15 años, después de que su padre Alfonso XI muriese en el cerco de Algeciras debido a la Peste Negra. Al principio mostró poco interés por la política y prefería salir al campo para cazar con sus halcones. Permitió así que un aristócrata de origen portugués, Juan Alfonso de Alburquerque, se hiciera con el control del reino. Alburquerque combatió y ejecutó a gran parte de sus enemigos, utilizando al rey como una marioneta que firmaba las sentencias.
Con todo, la principal amenaza para don Pedro eran sus hermanos bastardos, los hijos de Alfonso XI y su amante Leonor de Guzmán, siete en total; el primogénito era Enrique, conde de Trastámara y un año mayor que don Pedro. En vida de su padre habían gozado de grandes privilegios en la corte, pero tras la muerte de aquél cambió su situación. Leonor de Guzmán, víctima de los celos de la reina viuda, María de Portugal, fue apresada y asesinada. Enrique de Trastámara se convirtió en enemigo abierto del monarca, y desde sus posesiones en Asturias encabezaba rebeliones constantes. En el verano de 1352, don Pedro hubo de marchar al norte para combatir un levantamiento de su hermano, pero en el camino se enamoró de una doncella llamada María de Padilla, a la que hizo su amante.
Las bodas de Valladolid
Alburquerque había prometido al rey con una sobrina del rey de Francia, Blanca de Borbón, que llegó a Castilla en febrero de 1353, poco antes de que naciese la primera de las hijas de don Pedro y María de Padilla. El matrimonio se celebró en Valladolid, pero pasados algunos días don Pedro salió de la villa para reunirse con su amante. Nunca más volvió a ver a doña Blanca.
Pedro I en el anverso de una gran dobla (Fuente: Wkipedia)
En los meses anteriores al enlace, el monarca había comenzado a cambiar de actitud respecto a su madre, a Alburquerque y, en general, a todos aquellos que lo habían controlado. Sus nuevos amigos y consejeros eran los parientes de María de Padilla, especialmente el tío de ésta, Juan Fernández de Hinestrosa. Los nobles, furiosos por sentirse apartados del rey, se rebelaron y exigieron al monarca que se alejase de sus nuevos privados y que regresase con su esposa para dar a Castilla un heredero legítimo.
Tratando de acallar estas protestas, el rey se casó con una noble llamada Juana de Castro, después de que algunos clérigos anularan su anterior matrimonio; pero también la abandonó al día siguiente de la boda, al descubrir las intrigas de los hermanos de su nueva esposa. Alburquerque, por su parte, se alió con los hermanos bastardos del monarca, pero murió pronto, se dijo que envenenado; durante su agonía hizo prometer a sus aliados que su cadáver les acompañaría hasta haber reducido a don Pedro. Tras varios meses de tensiones y enfrentamientos, el rey fue retenido en Toro, acusado de no saber gobernar, y el ataúd de Alburquerque fue sepultado. El monarca empleó su astucia para dividir a sus captores y consiguió escapar, pero la afrenta se le quedó grabada en la memoria.
En 1356, el rey se encontraba en Sanlúcar de Barrameda cuando apareció ante sus ojos un barco aragonés que se dirigía a Francia y que atacó a unos navíos de Piacenza atracados allí. Don Pedro persiguió al barco pero, viendo que no podía atraparlo, regresó e hizo apresar a todos los comerciantes catalanes residentes en Sevilla y confiscar sus bienes. Como el rey Pedro IV de Aragón se negó a disculparse por el ataque, le declaró la guerra.
Guerras y revueltas
El conflicto con Aragón, que se prolongó diez años, se mezcló con las disputas internas en el reino de Castilla. Enrique de Trastámara huyó a Francia y, convertido en mercenario, se unió al rey aragonés; en cambio, sus hermanos y la mayor parte de los nobles lucharon del lado de don Pedro. Algunos le fueron fieles hasta el fin, pero otros muchos le traicionaron y eso llevó al rey a ordenar numerosos castigos y escarmientos. Ejecutar a los traidores era una práctica común en la época medieval, lo que se recriminó a don Pedro fue el carácter frío e implacable de sus castigos.
En 1358 Fadrique, uno de los medio hermanos del rey, acudió al Alcázar de Sevilla para presentarle sus respetos cuando los ballesteros lo desarmaron y lo asesinaron, golpeándolo con una maza. Minutos más tarde, y dando muestras de una terrible sangre fría, el monarca se puso a comer en la misma sala en la que aún yacía el cadáver. A continuación, el rey envió a sus esbirros a Bilbao en busca de su primo don Juan, el infante de Aragón, que fue abatido a golpes de maza; su cuerpo fue arrojado por una ventana.
Palacio de Pedro I en el Alcázar de Sevilla
La lista de víctimas de la ira regia en los años siguientes es muy larga: Blanca de Borbón fue apresada y ejecutada; Gutier Fernández de Toledo, uno de los hombres de confianza del rey, le escribió una dramática carta antes de ser ejecutado; Samuel Leví, tesorero real judío, fue torturado para que confesase dónde había escondido lo que en teoría había robado a la Corona… El rey Bermejo, que había usurpado el trono nazarí de Granada, se presentó ante don Pedro en Sevilla cargado de joyas para ganarse su favor, pero éste, tras aceptar el presente, hizo que lo atasen a una mula y lo alanceasen hasta matarle.
La encerrona de Montiel
En este clima de sospechas y terror, Enrique de Trastámara creyó que había llegado su oportunidad. Acompañado por mercenarios franceses, entró en Castilla, se autoproclamó rey y se ganó el apoyo de muchos nobles castellanos que estaban descontentos con el gobierno de don Pedro. De esta forma, obligó a huir al soberano, que marchó por mar hasta las posesiones del rey de Inglaterra en Gascuña, al sur de Francia.
Coronación del rey Enrique II de Castilla, miniatura del maestro de Harley (c. 1470-1475) en Jean FROISSART, Chroniques; British Library (Londres); Harley 4379, f. 112v.
Pero el rey legítimo volvió a Castilla en 1367, con las tropas del Príncipe de Gales. Los ejércitos de los dos hermanos se enfrentaron en la batalla de Nájera. Los partidarios de don Pedro eran superiores en número y contaban con los arqueros ingleses, que en la guerra de los Cien Años habían demostrado su poderío sobre la caballería pesada. El Trastámara sufrió una terrible derrota. Acabada la batalla, don Pedro recorrió el campo buscando entre los cadáveres el de su medio hermano, pero Enrique había logrado huir.
Pasados unos meses, Enrique regresó a Castilla; al cruzar la frontera, se arrodilló, tomó entre sus manos un puñado de tierra y juró que no volvería a salir. Retomó sus apoyos y contrató mercenarios a los que prometió pagar cuando se hiciese con el trono, con lo que pudo reanudar la lucha. Sobre esta guerra civil, cruel y sangrienta como pocas, nos han llegado testimonios escasos. Los ingleses que habían acudido en ayuda de don Pedro, cansados de esperar las compensaciones prometidas, acabaron abandonando el reino, mientras que los mercenarios franceses, ante la perspectiva de un cuantioso botín, siguieron luchando. Los combates se sucedieron hasta que en marzo de 1369 Enrique de Trastámara consiguió cercar al rey en la fortaleza de Montiel.
Reconstrucción digital del Castillo de la Estrella, Montiel (Ciudad Real)
Sabedor de que, militarmente, su suerte estaba echada, don Pedro entró en contacto con Bertrand du Guesclin, caballero francés que se encontraba en el campamento de Enrique de Trastámara, para que le facilitara la huida. La noche del 22 de marzo el rey se aventuró en la posada del francés, acompañado por un puñado de hombres de confianza. Pero a poco de llegar apareció don Enrique, completamente armado.
Llevaban años sin verse, y se dice que en los primeros momentos el Trastámara no lo reconoció. Uno de sus aliados le dijo, señalando a don Pedro: «Catad que ese es vuestro enemigo». Enrique siguió dudando hasta que el propio rey le gritó: «Yo só, yo só». Los dos hermanos se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo. Don Pedro recibió una herida de daga en la cara, y ambos contendientes cayeron al suelo. Se cuenta que don Pedro era más fuerte y, por ello, a pesar de no llevar armadura, consiguió reducir a Enrique. Pero entonces Bertrand du Guesclin le cogió las piernas y lo volteó diciendo «Ni quito ni pongo rey, sino ayudo a mi señor», una frase que ha pasado a formar parte de la Historia. Aprovechando esta repentina ventaja, el conde dio una puñalada mortal en el cuerpo de su enemigo y, tras ello, le cortó la cabeza. Así murió don Pedro, como había vivido: entre la sangre y la violencia.
Para saber más:
- Pedro I el Cruel, Luis Vicente Díaz Martín. Editorial TREA, Gijón, 2007.
- Crónicas, Pedro López de Ayala. Editorial Planeta, Barcelona, 1991.
- Fuentes para el estudio del reinado de Pedro I de Castilla, Covadonga Valdaliso Casanova.