La literatura tiene mucho que ver con el carácter de sus autores. Los hay tan prolíficos, como Georges Simenon o Isaac Asimov, que parece que se pasaron la vida escribiendo. Leer sus obras completas se antoja como un ejercicio muy arduo y abrumador, aunque supongo que muy satisfactorio para el que lo consiga. Luego hay escritores cuya carrera se ha basado en todo lo contrario, en escribir muy poco, aunque en ocasiones ese material sea considerado la obra de un maestro. Es una postura muy respetable. Quizá el autor no tenía nada más que decir, o encuentra en muy pocas ocasiones una inspiración a la altura de sus expectativas. Lo cierto es que Juan Rulfo es quizá el ejemplo más señero de esta clase de autores. Con solo una novela muy corta, un puñado de cuentos y algunos escritos dispersos, se ha convertido en un mito literario, no solo por la alta calidad de su prosa, sino también porque su estilo innovador abrió el camino a otros muchos novelistas hispanoamericanos, haciendo que la literatura de estos países fuera ampliamente admirada a nivel internacional.
El mismo Rulfo contó en una ocasión cuales fueron las circunstancias que inspiraron la escritura de Pedro Páramo:
"No había escrito una sola página, pero me estaba dando vueltas a la cabeza. Y hubo una cosa que me dio la clave para sacarlo, es decir, para desenhebrar ese hilo enlanado. Fue cuando regresé al pueblo donde vivía, treinta años después, y lo encontré deshabitado (...). La gente se había ido, así. Pero a alguien se le ocurrió sembrar de casuarinas las calles del pueblo. Y a mí me tocó estar allí una noche, y es un pueblo donde sopla mucho el viento, está al pie de la Sierra Madre. Y en las noches las casuarinas mugen, aúllan. Y el viento. Entonces comprendí yo esa soledad de Comala, del lugar ese."
El comienzo de Pedro Páramo es uno de los más conocidos de la historia de la literatura: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera." Admirablemente breve y conciso, nos pone enseguida en situación. Juan Preciado se dirige a su pueblo natal a conocer a su padre. Parece que su interés no es vengativo, sino que lo posee un sentimiento entre la curiosidad y la esperanza. Pero Comala es un lugar desolado. Desde que pone pie en él, el protagonista va a ser poseido por una sensación de extrañeza que se transmitirá vivamente al lector. Los habitantes a los que se va a encontrar tampoco van a mostrar un comportamiento natural ni racional: nos hemos sumergido en el mundo narrativo de Juan Rulfo, donde la lógica de la existencia real ha dejado de existir y todo está regido por una manifesta ambigüedad: los muertos mantienen conversaciones con los vivos o se dedican a susurrarles. La frontera entre la vida y la muerte es difusa en Comala. Los muertos parecen condenados a no descansar, a errar por el pueblo recordando eternamente sus pecados, como en esas historias de terror que la gente se contaba antiguamente al calor de la hoguera:
"Aquí esas horas están llenas de espantos. Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto oscurece comienzan a salir. Y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos. Si acaso les tocaría un pedazo de padrenuestro. Y eso no les puede servir de nada. Luego están nuestros pecados de por medio. Ninguno de los que todavía vivimos está en gracia de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza. Y la vergüenza no cura. Al menos eso me dijo el obispo que pasó por aquí hace algún tiempo dando confirmaciones."
La gran sombra que sigue cerniéndose sobre esa población desolada es la de Pedro Páramo, el antiguo cacique de Comala, cuya historia conoceremos mucho mejor en la segunda mitad de la narración. Pedro Páramo parece una fuerza de la naturaleza, que se ha ido quedando con todas las tierras del pueblo y parece ejercer también un derecho de pernada sobre todas las mujeres. Además, sabe manejar a los elementos revolucionarios a su antojo, haciéndoles promesas y corrompiéndolos. Es una figura temida por todos en el pueblo, aunque la auténtica tragedia para él - y para Comala - llegará con la muerte de su auténtico amor, Susana, auténtica piedra de toque de la ruina de aquellas tierras. Esa especie de maldición se acentúa por la negativa del cura del lugar, el padre Rentería, a ejercer su ministerio con gente a la que estima demasiado pecadora. Si Pedro Páramo ejerce un dominio casi absoluto sobre el pueblo y sus habitantes, el padre Rentería empeora aún más la situación con una especie de dictadura espiritual, que ahoga las esperanzas de quienes buscan consuelo en la religión.
La novela de Juan Rulfo no es una lectura fácil, requiere el esfuerzo de las grandes obras literarias, pues no se trata de una narración lineal, sino fragmentada y siempre muy ambigua, con unos personajes que se mueven en la fina línea que separa a los vivos de los difuntos. Realismo mágico que a la vez bebe de la mejor tradición de la literatura fantástica y de terror. La historia de México interpretada radicalmente desde la obsesión de este país con la muerte, escrita con un estilo único.