Un artículo de Horacio Castellanos Moya publicado en la revista Iowa Literaria que habla sobre Juan Rulfo y el peso de haber escrito Pedro Páramo, una novela con la que el narrador mexicano se libraba de "una gran ansiedad" y que quizá le fue "dictada al oído":1. En días recientes he visto de nuevo las entrevistas hechas a Juan Rulfo por la televisión española a finales de la década de los setentas y también en 1983, cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias. Hosco, de pocas palabras, sin ningún interés por parecer simpático o ganarse a la audiencia, Rulfo habla –con desgano, iba a decir, pero es en verdad molestia, fastidio– del escritor que fue y de la obra que escribió. La lambisconería de los entrevistadores nada más acentúa su mueca de disgusto. Le hablan de alguien que él ya no es y de algo que él ya no hace; solo expresa visos de emoción cuando se refiere a su labor como fotógrafo o como editor en el Instituto Nacional Indigenista en el que laboró durante las últimas décadas de su vida. Hubo un momento en que, mientras miraba una de las entrevistas, se me vino a la cabeza Arthur Rimbaud, un poeta que escribió un par de libros geniales y enseguida dejó de ser lo que era y se metamorfoseó. ¿Cómo hubiera reaccionado Rimbaud si en los últimos años de su vida un periodista lo hubiese abordado para que hablase en detalle de su obra y de sus años literarios? Rulfo no tenía el espíritu de aventura del joven francés: ni se largó al cuerno de África ni se metamorfoseó en traficante de armas, sino que nada más guardó silencio, abandonó la escritura sin mayor aspaviento, con la estrategia del zorro, tal como lo describe Augusto Monterroso en La Oveja Negra. Su recompensa fue ser testigo, al paso del tiempo (“unos 1.000 ejemplares tardaron en venderse cuatro años”, contaba el autor), del inmenso éxito de su obra; su calvario fue tener que hablar de Pedro Páramo el resto de su vida, explicar por qué ya no había escrito otra novela como esa y por qué no se dedicaba a ello. El silencio de Rimbaud y Rulfo tiene que ver, creo yo, con el hecho de que fueron escritores “médium”, cuyas obras no fueron producto de un proceso de acumulación paulatino sino que les fueron “dictadas” y las escupieron como si fuese un bocado envenenado. “Ignoro todavía de dónde salieron las intuiciones a las que debo Pedro Páramo. Fue como si alguien me lo dictara. De pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules”, explica Rulfo en un artículo que escribió cuando se conmemoraban los treinta años de la novela. Y agrega: “El mérito no es mío. Cuando escribí Pedro Páramo sólo pensé en salir de una gran ansiedad. Porque para escribir se sufre en serio”.

