Revista Cultura y Ocio
Título: La La LandDirector: Damien ChazelleMúsica: Justin HurwitzProducción: Fred Berger, Jordan Horowitz, Gary Gilbert y Marc Platt.Fotografía: Linus SandgrenMontaje: Tom CrossGénero: Comedia, Musical, Comedia dramática.
Quiero partir de una base que a muchos sorprenderá, y es diciendo que La La Land es todo menos una película inocente. Una de las favoritas al Oscar como Mejor Película (que perdió, pero no sin armar un escándalo que será recordado durante décadas en los círculos de entregas de premios) se perfila como un eterno homenaje a los inicios del género: a los bailes a la luz de los faroles, a los desconocidos que caen el uno por el otro, a los colores brillantes, a los sueños. A esas parejas que durante los 40, 50 y 60 bailaron en las pantallas hasta el agotamiento. La La Land es una película con un pie en el pasado, sí, pero también con un pie en el futuro: su foco está puesto en perseguir lo que uno quiere, en lo que vendrá, y, claramente, en su coste.Quizás el guión sea de lo más simple: nos cuenta la historia de Mía y Sebastian, dos eternos soñadores que se conocen y reencuentran en lugares tan inesperados que rozan lo cliché. Mía quiere ser actriz, pero las audiciones no le van saliendo como espera, mientras que el sueño de Sebastian consiste en abrir un club de jazz en el cual homenajear a sus más grandes ídolos. Estos dos personajes, retratados por la impecable Emma Stone (¿Hay algo que no esta chica no pueda hacer?) y un Ryan Gosling que… actúa de Ryan Gosling, reciclando todos sus personajes románticos de una sola sentada, comenzarán una relación que al principio nos resultará idílica, melosa, soñada. Una relación soñada para dos soñadores parece algo justo. Pero esto, quizás, sea solo la primera parte de todo.A medida que avanza la película las cosas se irán transformando. Los colores no serán los mismos – ya no tenemos la vivacidad ni el brillo de aquellos vestidos que ondean al viento (¿Alguien más pensó en las casas de Hogwarts?) mientras cantan fervientemente “Somewhere in the crowd” – ni la felicidad que irradian los solos instrumentales. Ya no tenemos esa sensación de que todo va a estar bien.Y es que detrás de la música alegre y los fondos vivaces de la primera parte se esconde algo mucho más oscuro, una amenaza latente que toma la pantalla durante la segunda mitad de la película: la realidad, el futuro. Una realidad que el cine musical clásico evitó, en muchos casos, retratar, y que Chazelle nos pone en frente de una manera inesperada, dolorosa. La La Land deja un rato de lado el ser una película sobre perseguir tus sueños y triunfar, para convertirse en una película sobre la pérdida. Retrata la posibilidad de triunfo y de cumplir el sueño, sí, pero a la vez nos echa en cara el sacrificio. ¿Qué está dispuesto uno a ceder con tal de triunfar? En este sentido, y adentrándonos un poco en el aspecto literario de la película, me recuerda mucho al escrito “Tesis sobre el cuento”, de Ricardo Piglia. El autor sostiene que todo cuento (¿Y qué es el comienzo de La La Land si no es un cuento?) esconde tras de sí una segunda historia, que se expone al lector de manera fragmentada y difusa, y que sale a la luz llegado el final. Ese es el efecto que busca la película de Chazelle.
En retrospectiva, La La Land está lejos de ser una película perfecta. Quizás su historia sea demasiado sencilla, quizás el nivel de algunas actuaciones no esté a la altura del proyecto, quizás algunas de sus escenas sean demasiado estructuradas y fabricadas. Pero no se puede negar el efecto estético de la cinta. Con una fotografía impecable – a cargo del enorme Linus Sandgren - La La Land deja en la retina del espectador un abanico de colores que se funden en sombras, una alegría intensa que disminuye, que se apaga, que nos deja pensando no sólo en el precio que Mía y Sebastian deben pagar para cumplir con sus objetivos, sino también en todo aquello que hemos dejado nosotros, como espectadores, atrás.