Los colores del delito
Allá por la década del noventa (a principios de ella), el bueno de Quentin Tarantino daba que hablar,
sorprendiendo y saltando a la fama a partir de un film sanguinario, soberbio
desde la puesta en escena, con unos diálogos más que interesantes (fieles al
estilo del director) y con un reparto de ensueño.
El creador de este neo-noir nos sumerge en una historia de atracos, en
donde una banda bien organizada tiene como encomienda el robo a una importante
joyería. Los integrantes de este grupo criminal poseen la particularidad de no
conocerse entre sí, llamándose bajo nombres de colores, en donde Harvey Keitel es Mr. White y Steve Buscemi Mr. Pink, por ejemplo.
Algo sale mal, un imprevisto permite la llegada de policías al momento
del timo, motivo por el cual, entre gatillos fáciles y desorden, nuestros
protagonistas escapan hasta reunirse en un sitio en común. Pero lo encantador
del relato radica en que lo recientemente mencionado prácticamente no se
muestra sino de a pequeños sorbos bajo algún que otro flashback o bien a través
de la deducción que pueda sacar el espectador de las pláticas y acusaciones que
se sortean entre los partícipes de la misión.
Tarantino desarrolla casi toda la cinta en un solo escenario. Allí engendra y
construye diversos estados sofocantes, angustiosos y comienza a enseñarle al
gran público su gusto por la sangre a chorros, así como también se las ingenia
para ambientar las secuencias con una musicalización sugestiva, algo que de
aquí en más se convertiría en otra de las piezas claves en la carrera fílmica
del nacido en Tennessee.
El guión, tan poco rebuscado como sólido, nos permite jugar con la
intriga por descubrir qué ha pasado para que el tan estructurado plan se echara
por la borda. Los personajes van sufriendo trastornos nerviosos cada vez más
elevados, en etapas en donde la desconfianza hacia el otro aumenta
progresivamente. La idea de un delator cobra cada vez más firmeza y ninguno de
ellos sabe cómo puede acabar la cuestión.
Quentin llama la atención, también, por el asomo de lo que luego sería
siempre una característica innata en sus crónicas: el exceso. Y nos lo enseña
con un cuadro retorcido en una de las circunstancias más fuertes de aquellos
años, desbordante de violencia y alaridos extremos, en donde Michael Madsen toma el rol principal.
Poco más de hora y media de metraje de una película de culto que
raramente deje indiferente a los observadores, sobre todo pertenecientes a la
rama amante del séptimo arte, con la fortuna de librar una resolución merecedora
de admiración.
LO MEJOR:las actuaciones, el guión, la forma de atrapar al espectador valiéndose
casi todo el tiempo de un solo escenario. Música, diálogos, acción, tensión
made in Tarantino.
LO PEOR:algunas escenas en donde se
recurre al flashback se exceden en lentitud.
PUNTAJE:8,2