Existió hace unos años una banda discreta que hacía música deliciosa. Una banda organizada alrededor del talento de su líder, Simon Jeffes, un tipo peculiar e imaginativo, de trato afable y con quien una pregunta en una entrevista podía sigunificar tres cuartos de hora de respuesta. La música que hacían era inclasificable. Tenía algo de clásica, algo de folk, algo de minimalismo y estaba interpretada con instrumentos como el cuatro o el ukelele junto con otros más habituales en la música que todos escuchamos a diario. A pesar de tener un núcleo más o menos estable, la banda experimentaba continuas entradas y salidas de miembros, especialmente en sus versiones en directo. El hecho de que Jeffes dominase varios instrumentos además de la guitarra (el principal de ellos) hacía que de cara a las grabaciones sólo tuviese que recurrir a algunos de los integrantes para aportar las partes que él no podía tocar suficientemente bien.
La historia de la banda concluyó bruscamente en 1997 cuando Jeffes falleció víctima de un tumor cerebral. En los años en que estuvieron en activo los regalaron melodías inocentes e inolvidables e incluso alguna pieza que se convirtió en un clásico ¡de la música celta! en manos de otras bandas de ese género. Su música seguirá siempre con nosotros.
La historia de la banda comienza con una de esas historias que Jeffes iba iba desarrollando y en las que nunca puedes estar seguro de qué parte es real (si es que lo es alguna) y cuál imaginada. Contaba Jeffes que durante una estancia en algún lugar del sur de Francia, ingirió un pescado en mal estado consecuencia de lo cual, pasó un tiempo en cama. En aquellos momentos tenía una visión recurrente: frente a él había un gran edificio de cemento, una especie de hotel o de casa de apartamentos. Podía ver el interior de cada habitación que estaban siendo vigiladas por una especie de ojo electrónico (hacemos un inciso para señalar que la historia se sitúa en 1972 por lo que hay mucho de premonitorio en la misma). En todas las habitaciones había gente. En una, por ejemplo, un hombre se miraba al espejo, en otra, una pareja hacía el amor. Había una tercera habitación en la que un compositor escuchaba música a través de unos auriculares, rodeado de un montón de aparatos electrónicos pero todo estaba en silencio. La escena era para Jeffes de una curiosa desolación ordenada, como si estuviese viendo un lugar sin alma. Una vez recuperado, se encontraba en la playa tomando el sol cuando se presentó en su cabeza lo que parecía el primer verso de un poema: “soy el propietario del café del pingüino. Te voy a contar cosas al azar”. Entonces se dio cuenta de la importancia del azar, la sorpresa, la espontaneidad, lo inesperado e, incluso, lo irrazonable en nuestras vidas como algo muy deseable. “Si prescindes de ello para tener una bonita vida ordenada estás matando lo que realmente merece la pena”. En el café del pingüino, lo inconsciente tiene su sitio. Todo es aceptable allí y eso sirve para todo el mundo. Existe una tolerancia que tiene que ver con vivir el presente sin miedos.
¿Tiene esta historia algo que ver con una banda musical? Probablemente no. Sí que sirve para introducirnos en el universo personal de Jeffes y para entender mejor su enfoque de la música ajeno a todo tipo de prejuicio. El primer disco de la bautizada como Penguin Cafe Orchestra aparecería en 1976 e iba a recoger grabaciones realizadas entre 1974 y 1976. Hay dos bloques diferentes en el disco aunque no aparecen organizados como tales en el orden del mismo. Tenemos cuatro piezas (la inicial y las tres que cierran el trabajo) interpretadas por el llamado Penguin Cafe Quartet, esto es: Simon Jeffes (guitarra eléctrica), Helen Leibmann (violonchelo), Gavyn Wright (violín) y Steve Nye (piano eléctrico). El resto del trabajo lo ejecuta la formación llamada ZOPF que es el mismo cuarteto (en el que Jeffes toca también bajo, ukelele, cuatro, percusión, violonchelo y aporta algunas voces y Wright la viola además del violín) sin Nye, que se limita a tareas de producción y con el añadido de Neil Rennie (ukelele) y Emily Young (voz).
El trabajo se publicaría en Obscure Records, el efímero sello de Brian Eno, quien co-produce el disco.
Simon Jeffes a la guitarra.
“Penguin Cafe Single” - El violín fabrica un fondo con un ritmo repetitivo al que se suma la guitarra de Jeffes interpretando una serie de acordes de gran sencillez. Entra en ese momento el violonchelo y el violín ejecuta una melodía de aire folclórico que bien podría proceder de Louisiana y alrededores. Una introducción sencilla pero muy representativa del sonido de la banda en aquel momento.
“From the Colonies (for N.R.)” - La segunda pieza del disco es de las pocas que luego se establecieron de forma continua en el repertorio de la orquesta. Es una encantadora mezcla de todo tipo de instrumentos que van formando una maraña de sonidos que se entrecruzan, terminando uno la melodía que empezó el otro unos compases antes. La versión del disco es muy breve pero en revisiones posteriores se extendió notablemente.
“In a Sydney Motel” - La primera canción con texto del disco es una pieza melancólica en la que Jeffes canta con el acompañamiento de la guitarra hasta el estribillo que es cuando se incorpora la percusión, el bajo y el resto de la banda. Una deliciosa balada que nos recuerda ligeramente a los King Crimson de “Islands”, vaya usted a saber por qué.
“Surface Tension (where the trees meet the sky)” - Un fuerte sonido electrónico abre la siguiente pista que adopta la forma de trio (violín, violonchelo y piano) con algún aditamento sintético y de piano eléctrico. Es una de las composiciones formalmente más serias y solemnes de una banda poco dada a estas piezas pero es una gran pieza.
“Milk” - Un juego a dos bandas entre el bajo y los sintetizadores, con aportaciones vocales esporádicas forma una de las piezas más vanguardistas y desenfadadas de todo el disco. Es un tema muy difícil de calificar puesto que no se parece a ninguna otra cosa que hayamos escuchado antes pero nos resulta fascinante.
“Coronation” - “The Queen is Dead”, canta una joven de voz aguda en el comienzo de la siguiente composición. La aportación de las cuerdas en combinación con la delicada voz que suena nos remiten a algunas bandas sonoras que la Michael Nyman Band interpretó más tarde con lo que podemos suponer que Jeffes influyó en alguna medida en su compatriota.
“Giles Farnaby's Dream” - Dedicada al compositor británico del S.XVII, esta composición se convirtió en un clásico de la orquesta y en una de sus obras más logradas. Lo que comienza como una pieza renacentista interpretada al clavicordio de va transformándose en una suerte de ranchera mexicana con total naturalidad. Una pieza fantástica de principio a fin.
“Pigtail” - La experimentación electrónica más cercana al trabajo de Eno tiene su sitio también en el disco con esta composición en la que el sonido de las olas se contrapone a diferentes notas de sintetizador que ejecutan una esquemática melodía de corte tenebroso. A nuestro juicio, una de las piezas más notables de todo el trabajo.
“The Sound of Someone You Love Who's Going Away and It Doesn't Matter” - Cerrando el disco escuchamos otras tres composiciones interpetadas por el Penguin Cafe Quartet, como lo fue el primer tema del trabajo. La primera de ellas es la más extensa y consta de varias partes. En la primera, la guitarra suena con gran melancolía ejecutando un tema bellísimo. Tras un par de repeticiones se incorpora el violín para trazar un par de esbozos de otra preciosa melodía y se retira con elegancia para que sea Jeffes quien retome la pieza. El siguiente segmento incorpora a los teclados y el violonchelo de forma brillante desembocando en un pasaje que mezcla cuerdas y electrónica en una especie de alocada interpretación que vuelve a traernos a la memoria a King Crimson; en esta ocasión a los de la etapa en la que David Cross formó parte del grupo. Como cierre, volvemos a escuchar la melodía principal de la pieza.
“Hugebaby” - Jeffes a la guitarra maneja con maestría al cuarteto que actúa como el acompañamiento perfecto. De nuevo un aire pesado, triste en muchos instantes, pesa en el estado de ánimo del oyente invitándole al recogimiento y la escucha atenta. Una “delicatessen” de estas características no merece menos.
“Chartered Flight” - Con un sonido electrónico que, ciertamente, evoca el de un aeroplano, se abre la última pieza del disco. Sobre ese fondo, el violín primero y después el piano eléctrico dejan unas notas sueltas que comienzan a ganar coherencia cuando aparece la guitarra eléctrica a modo de catalizador. Desde ahí hasta el final asistimos a una deliciosa jam-session en la que el cuarteto, sin estridencias, nos brinda una música extraordinaria como sólo puede serlo la que suena el Café del Pingüino.
Tras su primer trabajo, Jeffes y compañía se tomaron mucho tiempo para volver a grabar, antes de lo cual la banda se reestructuró incorporando un gran número de miembros que, por fin, le daban una verdadera apariencia de orquesta. Volveremos sobre esta formación en el futuro ya que fueron una de las propuestas musicales más originales de su época sin lugar a dudas.