Revista Cine
Resulta difícil sustraerse a las leyes de la naturaleza aun en esta sociedad tecnificada en la que el aire se pretende dominar tanto en lo que hace a su temperatura como a su grado de humedad en la búsqueda de un confort que cada vez me parece más absurdo ya que suele cifrarse en la supuesta comodidad de vestir como si viviéramos todo el año en la misma estación meteorológica: el otoño está muy presente y los biorritmos se hacen una vez más evidentes y negarlo es ante todo una lamentable pérdida de tiempo.
Hoy, paseando con Llamp, escuchaba en la radio a uno de esos expertos radiofónicos explayándose acerca de una de las virtudes -quizás la principal, sino la única- de la comunicación a través de internet, focalizándose en el fenómeno de las redes sociales pero remarcando un uso en el que un medio como éste, un simple bloc de notas, halla su razón de ser: la expresión de unas ideas, unos pensamientos, causados por la afición a algo, lo que provoca que gentes de distintas condiciones de todo tipo coincidan, en ocasiones hallando en el éter semejantes con quienes compartir la mutua afición, lo que puede parecer a priori algo fácil pero que en la práctica puede no serlo tanto.
Además, uno acostumbra a encontrar, de vuelta, opiniones muy interesantes.
Total, que entre el biorritmo adecuándose lentamente y que ya llevo tiempo dándole vueltas, hoy me escaqueo de comentar película alguna y planto alguna pequeña cuestión confiando obtener comentarios cuando menos jugosos:
Sabemos que youtube, el portal dedicado a ofrecer vídeos, pertenece a Google, lo mismo que Blogger.
Sabemos que en youtube, aparte de vídeos domésticos, hay gran cantidad de minutos pertenecientes bien a películas de cine bien a cantantes de todo tipo. Y ello, abarcando un amplio catálogo de fechas.
Sabemos que incluso hay películas enteras troceadas, algunas ya liberadas de derechos de propiedad y otras copiadas sin permiso.
Lo que no sabemos o por lo menos yo no sé y me gustaría saber, es:
En qué piensan los encargados de velar por los derechos de propiedad de alguna productora cuando reclaman de youtube que retire un vídeo de apenas seis minutos -por ejemplo- en el que se ve una persecución de coches bien rodada, o una escena romántica, o un monólogo de calidad -quizás basado en Shakespeare [sin derechos de autor]- o una canción de un musical, cuando ése vídeo puede servir para dar a conocer la película que lo contiene, es decir, recibiendo una publicidad gratuita.
En qué piensan esos encargados cuando algún estúpido hace la gracieta de remontar una escena famosa añadiéndole además una horrorosa banda sonora de sincopada tecno-música, de cuya fechoría no se dan cuenta porque las arañas informáticas que usan para averiguar "la piratería" de momento no alcanzan a lanzar alarma más que en razón de los sonidos registrados pero no de las imágenes, y así les va a los enteradillos.
En qué piensan esos encargados de las productoras cuando los amigos de Google, a través de su filial youtube, tienen la desfachatez de insertar sobre impresionados anuncios que solapan cualquier vídeo de una película, por ejemplo, consiguiendo un beneficio comercial mucho más que evidente apoyándose en unos derechos de imagen ajenos para obtener lucro.
Comprendo perfectamente la lógica que debe proteger el derecho del artista a percibir unos emolumentos por su obra: reniego de la situación en que se encontraron genios de la cultura de hace siglos, con tantas precariedades -aunque algunos vivieron mucho mejor que sus paisanos- y me parece justo que las compañías pretendan ganar dinero después de haber invertido para producir una película.
Pero del mismo modo que me resulta imposible imaginar que el hijo de un eminente cirujano, capaz de salvar muchas vidas humanas, sea acreedor de gratitud concretada en dinero líquido por quienes en virtud de la ciencia de su antepasado fueron salvados, y menos por sus parientes directos que así disfrutaron de su compañía, me resulta imposible entender que los descendientes de John Ford, por ejemplo, pretendieran cobrar regalías por las películas de su abuelito.
Que esos derechos se pretendan mantener hasta la eternidad por el hecho que los posea una entidad jurídica impersonal me parece un atentado real contra la cultura como bien inmaterial de acceso obligatoriamente libre: dicho de otra forma más breve: me encanta que John Ford se hiciera rico rodando sus películas y que comprara una mansión: y que sus nietos disfruten hoy de esa mansión. Pero no me encanta que ninguna productora se alce reclamando la propiedad de ninguna película de John Ford, por el mero hecho circunstancial que sus accionistas han tenido el dinero suficiente para comprar todas las acciones de la RKO, que ya ganó mucho dinero exhibiendo esas mismas películas.
Comprendo que haya empresas editoras de vídeo que pretendan cobrar por confeccionar un dvd o incluso un blueray de una película de John Ford: pero no comprendo que empresas de cuatro mangantes se lucren vendiendo una obra maestra como El hombre tranquilo sin siquiera ofrecer la versión original con subtítulos, como tampoco comprendo cómo se atreven algunos de esos mangantes a ofrecer películas alterando su apariencia original falseando la obra de arte tal y como fue concebida por su autor, vendiendo versiones encuadradas para la lamentable pantalla televisiva.
Y no comprendo tampoco que esos mangantes, que lo son porque nos mangan nuestros sudados euros dándonos gato por liebre, encima se quejen públicamente reclamando que internet es un nido de piratas. Además de mangantes, son sinvergüenzas, porque en internet se encuentran copias de las mismas películas con mejor calidad. Resulta demasiado fácil dedicarse a generalizar y acusar cuando lo que les correspondería sería trabajar y espabilarse: de momento, amazon ya está por aquí y ha tardado años en los que esa caterva de editores se han dedicado a mirarse el ombligo: además de mangantes y sinvergüenzas, son unos vagos y han perdido una oportunidad. Luego querrán arreglarlo llorando a papá estado para que dicte leyes estrambóticas y conceda subvenciones injustas.
¡Hala! Ya está. Mal que bien, me lo he quitado de encima.
Su turno...