Bajo el embate de una lluvia que no cesa, entre las ramas fragantes de un romero, han brotado algunas flores parecidas a azafranes pero letalmente distintas. Son los cólquicos, pero no se trata de la especie usual, de otoño, sino una exclusiva de la primavera ibérica, Colchicum triphyllum. Estos cólquicos de tres hojas no son raros en las montañas, donde crecen incluso abriéndose paso a través de la nieve, pero parece ser que la especie era desconocida en mi zona, el Campo de Montiel - lo cual sólo revela nuestro gran desconocimiento sobre biodiversidad. Al margen de esto, ¿qué tiene de interesante un cólquico? Bien, puede enseñarnos que las plantas, a veces, se defienden de los herbívoros con más violencia de la que podamos imaginar.
Los cólquicos fabrican por todo su organismo un veneno mortal llamado colchicina. La toxicidad de esta sustancia es difícil de superar, ya que directamente impide que las células de un organismo se reproduzcan y por tanto bloquea cualquier tipo de renovación celular en el cuerpo. Sin embargo, aunque comer hojas de cólquico puede traer una muerte muy desagradable, en este caso se cumple la máxima de Paracelso - "el veneno es la dosis" -, ya que preparados diluidos de esta planta se han utilizado desde la antigüedad como medicina contra los ataques de gota. La colchicina incluso podría tener su utilidad contra ciertos tipos de cáncer.
Los cólquicos, con su doble vertiente mortal-medicinal, nos enfrentan como pocas especies con nuestros propios prejuicios a la hora de entender la naturaleza. Podemos caer en el error de encasillar a esta especie como "buena" o "mala", pero esto supone caricaturizar la situación hasta perder de vista su complejidad. Esta perspectiva maniquea sobre la biodiversidad está en la raíz de muchísimos daños causados a la naturaleza y por tanto a nosotros mismos. De este peligroso estilo de pensamiento sólo puede apartarnos un conocimiento objetivo, ajeno a todo juicio previo, acerca de las especies y de los ecosistemas.