Antes tenía mucho más tiempo para leer o quizás la memoria me engaña y teje imágenes imposibles. Sin embargo, creo que era así y podía disfrutar de una agenda de lectura amplia y variada. Hoy en día, tengo que hacer encaje de bolillos para poder sentarme un rato y disfrutar de un libro. Por ello, he aprendido a leer furtivamente. No os engañéis, no me apunté a ningún curso para aprender a hacerlo, ni siquiera busqué un tutorial en Internet. Más bien me surgió de las entrañas una rebeldía al no poder seguir devorando palabras como estaba acostumbrada y ante la carestía y el hambre diseñé una estrategia. Empecé a suministrarme pequeñas dosis de lectura, bocalibros apetecibles. Véase por ejemplo, diez minutos mientras el brocolí hierve; quince en una pausa del trabajo; doce minutos camino del supermercado; media hora arañada a la madrugada...Sí. ¡ A grandes males, grandes remedios! Y esta manera de leer furtiva, como si robase tiempo al tiempo, ejecutada de manera sigilosa pero oportunistamente, me ha permitido alimentar mi mente y mi alma de manera breve pero eficaz, saboreando las palabras, las comas y las tildes y esperando la siguiente ocasión para saber la respuesta de un personaje, el destino de una historia. Y así elaboro pequeñas grandes ceremonias lectoras. Ceremonias armonizadas con mi vida cotidiana, acompañadas de la música que la conforma y con sabor a ella. Y, claro, con el color de sus días. Leer de manera furtiva me hace sentir ladrona de guante blanco, me relaja y me concede un toque de magia literaria diaria. No pienso renunciar a ello. De hecho, me encanta...¿quién lo iba a decir?
Y vosotros, ¿sois lectores furtivos? ¿Os atrae este tipo de lectura? ¿Os atrevéis a compartirlo?
Imagen: Sandy Reading dehero-108-amy