Revista Arte

Percepciones de lo cotidiano

Por Laurasg
* Metro *
Percepciones de lo cotidiano
No estoy acostumbrada a ir en metro, sobre todo porque en mi ciudad no hay. Siempre voy en guagua (autobús) y por ello me sorprende tanto el ambiente del metro cada vez que voy en él. Vivo en un barrio y cada vez que cojo la guagua me doy cuenta de que en ella todo el mundo se conoce, se saludan unos a otros, verbalmente o con un simple movimiento de cabeza, saludan al chófer, hablan, se ríen, siempre hay ruido. Sin embargo, en el metro todo es diferente. Nadie se saluda, quizás porque al estar en una gran ciudad es más difícil encontrarse con alguien conocido. Ni siquiera se saludan por el mero hecho de saludar cuando entras a un lugar en el que hay más personas. Ese hábito, que lo tenemos asimilado cuando entramos a un estanco, nos acercamos al mostrador de una biblioteca o a la caja de una tienda, no existe en el metro. En el metro todo el mundo está sumergido en su propio mundo. Me pregunto qué pensarán todas esas personas que van en él cada día de un lado a otro. Hay momentos en los que todo está en calma, en los que no se oye nada más que el traqueteo de las ruedas sobre las vías, y hay momentos en los que el bullicio apenas deja oir dicho traqueteo. Se de la situación que se de, todos se olvidan del mundo exterior. Nada parece que pueda interrumpir esa intromisión al propio mundo, salvo acontecimientos concretos y aislados como la entrada de un indigente pidiendo una limosna, una persona tocando el acordeón o cantando para ganar algunos euros o un vendedor ambulante. El resto de acontecimientos pasa inadvertido para la mayoría, incluso los anteriores pasan inadvertidos para algunos. Cuando no voy leyendo, observo a todos los que tengo a mi alrededor. Unos claramente están pensando, se ve en la expresión de sus rostros; otros se duermen, quizás por el cansancio o por el sopor que causa el largo trayecto hasta llegar a sus destinos; otros leen, muchos leen. Me sorprende y me gusta cómo son capaces, los que leen, de centrarse en el mundo de sus libros y olvidarse del mundo exterior en un lugar en el que no para de entrar y salir gente. Hay de todo en el metro. También los hay que hablan entre sí, porque van acompañados. Pero, no es en estos últimos en quienes suelo fijarme, sino en los que como yo en este momento se suben solos, permanecen solos durante el trayecto y se bajan solos. La propia estación,ese lugar por el que transitan tantas personas a lo largo del día, me lleva también a fijarme en cada uno de sus rincones. Hay estaciones que están medio vacías, pero las hay que no cabe una alma más en ellas... apenas se puede caminar sin que haya empujones, gente corriendo, gente perdida y preguntando si es correcta la dirección en la que van. No llego a entender cómo corren para coger un tren que volverá a pasar solo dos o tres minutos más tarde. Pero, lo que más me llama la atención son las personas que no están en la estación porque van a coger el tren, sino como yo los llamo, los artistas del metro.  Son todos aquellos que nos muestran su arte y amenizan el instante en el que pasamos ante ellos, porque no es como en la calle, que la gente se para y hace un corrillo alrededor de ellos. En el metro, la gente pasa de largo, no suelen fijarse, sólo algunos, sólo aquellos que como yo se dan cuenta de que están ahí y aquellos que les dan algunas monedas. Me refiero sobre todo a los músicos, hay quienes tocan el violín, la flauta travesera, el acordeón, el violoncelo, la guitarra española, instrumentos tradicionales de distintos países (africanos, sudamericanos)... hay quienes cantan. Algunos, muchos, deleitan, otros simplemente lo intentan. Pero, yo me fijo en todos ellos y me doy cuenta de ese mundo que se vive metros y metros bajo tierra en algunas ciudades del mundo. Un mundo que se parece al exterior, pero que tiene su encanto y que no deja de sorprenderme. 

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