Creí que no ibas a venir, dices que te aburre el jazz y por la cara que pones deduzco que tampoco te gustan los bares cutres donde los músicos tocan entre dos esquinas que hacen de escenario.
Desde el rincón más alejado te hago señas, pero no me ves. Imagino que para oír música y tomar una copa prefieres el salón de tu casa, magníficamente equipado con un sofá frente al televisor. Debes ser el novio modelo, el que te regala flores por San Valentín, el que te da razón en todo, el que piensa en sus cosas de hombre mientras tu hablas de tus cositas de mujer. Alguien me pasa un cigarrillo que fumo pausadamente mientras adivino quién eres, qué harás para localizarme. Podrías recorrer la sala de mesa en mesa, alumbrándote con la luz de un mechero, buscando mi cara entre todas las caras. Pero claro, esto es peligroso. Corres el riesgo de tropezar con las patas de alguna mesa, quizá pises a alguien, o derrames las copas a medio beber.
Tu eres un chico formal, lo más lógico es que tras mirar con desdén a tu alrededor, des media vuelta y salgas de aquí rumbo al conocido confort de tu coche. Allí te sentirás ridículo durante dos segundos y luego me mandarás un mensaje de esos que no esperan contestación.
De acuerdo, no es una buena sala de conciertos.Hay columnas que dificultan la visión, rincones en los que se pierde el sonido, pero los músicos tocarán hasta el amanecer. Me pasan otro cigarrillo. Smoke gets in my eyes.