Cuando se trata de idear estrategias para vender un producto determinado, los publicistas echan mano de todo su ingenio para jugar a darle un nuevo sentido a las palabras de siempre. La palabra tiempo parece que está de moda últimamente, porque se la está utilizando constantemente para que la asociemos al consumo de una marca de cerveza o de un aperitivo. Como si esas mini-vacaciones de los mediodías o esas emociones plenas por las que nos dejamos sorprender cuándo nos sentimos “a gusto con la vida” tuvieran algo que ver con las substancias que ingerimos o con la ropa que llevamos puesta. Pero el poder audiovisual es tan fuerte y nuestra capacidad para recordar ciertas cosas cuando las asociamos a otras resulta tan adictivo que casi ni nos damos cuenta de hasta qué punto vivimos condicionados por esas propagandas con las que nos bombardean desde la televisión, la radio, las redes sociales o cualquier otro medio audiovisual.
Y esos anuncios logran su cometido porque sus autores saben asociar esos productos que tanto interesa vender con los temas que más nos preocupan y el paso del tiempo es uno de ellos. Ese tiempo limitado e incierto que acaba dosificando nuestras vidas en granos de arena que se nos van escapando de las manos inexorablemente.
Que todos llegamos al mundo con una fecha de caducidad es indudable. La única certeza que tenemos es la de nuestra propia muerte y, aun así, desconocemos cuándo se producirá hasta el mismo momento en que ésta decide hacer acto de presencia. Esta circunstancia no nos impide cometer el error de malgastar parte de ese tiempo tan limitado que tenemos en preocupaciones absurdas y pensamientos inútiles que nos impiden centrarnos en lo que estamos viviendo y disfrutarlo en su justa medida.
La palabra PREOCUPACION ya deja entrever esa invitación a malgastar el tiempo. Implica empezar a temer antes de lo que tocaría por las consecuencias de lo que puede o no puede llegar a pasar. Esas horas que nos dejamos vencer por ese miedo injustificado acaban minando nuestras fuerzas y desquiciando nuestros nervios y, si luego nos confirman que esas premoniciones nuestras se han materializado en la realidad, la mella que ya ha hecho en nosotros ese tiempo dedicado a la pre-ocupación muchas veces nos va a bloquear y nos va a impedir que nos OCUPEMOS del problema con los cinco sentidos puestos en él.
Los problemas, sean de la naturaleza que sean, se han de enfrentar ocupándonos debidamente de ellos cuando acontecen. Pero no antes ni después.
Hay padres que quieren proteger tanto a sus hijos que se pasan la vida entera preocupándose por lo que les pueda pasar. Este hecho les supone un desgaste psicológico y emocional tremendo y demasiadas veces les conduce a un deterioro importante en la relación con esos hijos, que viven la preocupación excesiva de sus progenitores como una prueba de su falta de confianza en ellos y en sus capacidades para desenvolverse con éxito en la vida.
Los temores, los miedos y las preocupaciones tienen en común su capacidad para debilitarnos y paralizarnos. Muchas personas deciden no vivir la vida que en el fondo desearían, no por falta de recursos, sino por falta de valor para coger ese toro por los cuernos y medirse cara a cara con él. Y, por esa falta de confianza en ellos mismos, acaban desperdiciando todo su tiempo, toda su vida. En el peor de los casos, pretenden compensar su fracaso intentando que sus hijos elijan la vida que ellos no se han atrevido a vivir. Tremendo error que desemboca en otra terrible pérdida de tiempo, porque no hay dos personas iguales y cada una tiene sus propios sueños y sus propios miedos.
Lo que no seamos capaces de hacer nosotros, hemos de mentalizarnos de que no lo hará nadie en nuestro nombre. Lo que no disfrutemos hoy, mañana ya no será capaz de despertarnos las mismas emociones. Porque ese momento al que siempre nos referimos para aplazarlo todo y para inventarnos excusas para no vivir lo que en el fondo nos gustaría vivir... simplemente es AHORA.
Los sueños no se pueden heredar ni se les pueden dejar en herencia a otros. O los vivimos nosotros, o no los vivirá nadie.
El tiempo que dejamos desvanecerse mientras sucumbimos sin remedio a preocupaciones absurdas por problemas que todavía no existen y que, muy probablemente, nunca van a existir, es un tesoro que cometemos la insensatez de tirar a la basura, porque nunca lo vamos a poder recuperar.
Siempre se ha dicho que la imaginación tiene la mala costumbre de inspirarnos mucho más miedo que la propia realidad, por dura que sea. Muchos experimentos psicológicos de diferentes épocas han acabado confirmando esta tesis.
Intentemos centrarnos en los momentos que estamos experimentando. Por difíciles que sean, seguro que tienen una lectura positiva. Todo en la vida la acaba teniendo, Quedémonos con esa parte de optimismo, con esa pizca de ilusión, con esos fragmentos de tiempo en que todo nos puede llegar a parecer mucho más sencillo de lo que es. Porque, en verdad, las cosas nunca son tan complicadas como a veces nos llegamos a creer.
No puede haber nada tan importante ni tan urgente como para que nos dejemos la vida en ello. Nuestra vida, en cambio, sí es importante e irreemplazable. Pensemos en ello la próxima vez que el estrés nos haga gritar aquello de “No puedo con mi vida”. ¿No será al revés? ¿No será tu vida la que no puede con tus manías, con tus prisas, con tus miedos, con tus obsesiones ni con tu manera de hacerte tan difícil lo que podría resultar tan sencillo y tan plácido?
Paremos el mundo, aunque sea por cinco minutos al día. Bajémonos de ese tren tan veloz que insistimos en tomar todos los días y hagamos un kit kat. Permitámonos respirar hondo, contar hasta diez, mirar para ver y no para dejar que la vida nos pase justo al lado sin que la percibamos. Tomémonos esas mini-vacaciones a las que se refiere el anuncio de la cerveza del mediodía, apaguemos los móviles y dignémonos a estar con más personas estando con ellas al cien por cien y no con la cabeza volando hacia otra parte, hacia esas preocupaciones que tanta vida nos hacen desperdiciar.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749