(Resumen de lo publicado: Blas, el hadrosaurio, ha quedado con la maciza Miren con la excusa de practicar el tango. Pero sus planes se van a ver alterados por las extrañas noticias que emite la radio...)
Miren abrió la puerta que comunicaba con el descansillo. La cresta le había enrojecido por momentos y meneaba el rabo de un modo agresivo.
- Ahí, en la cómoda junto a la escalera –dijo, quitándose los zapatos.
Blas se aproximó al aparato y levantó el auricular. Comunicaba. Era comprensible. La centralita debía estar saturada tras las últimas noticias. Él vivía a algo más de un par de kilómetros, demasiada distancia para hacerla andando con los afectados por la epidemia merodeando en las proximidades.
Dado que estaba condenado a permanecer en aquella casa, al menos hasta que se reestableciera la línea y se acercaran a buscarle, lo más sensato era tratar de reconducir su relación con Miren para hacer la estancia lo más llevadera posible. En los escasos segundos que tardó en regresar junto a la chica pudo escuchar la sirena de, al menos, tres coches de policía. Pensó en salir a pedir ayuda, pero todos pasaron fugaces y, con toda probabilidad, las consecuencias reales de la plaga les preocupaban más que los miedos de un adolescente.
- Tienes razón. Estamos lejos de Zumaia. No hay motivos reales de alarma. Podemos seguir bailando, si quieres.
- Ya no hay música –respondió desencantada mientras le daba algunas sobras de comida a Bruno-. Sólo echan la tontería esa de los zombis.
Blas sacó la botellita de agua de la mochila y se sentó junto a la radio.
- …y cada vez son más los paisanos que han visto zombis en el bosque, dirigiéndose a Laño. Se recomienda que nadie salga de su casa y…
En ese preciso momento, alguien aporreó la puerta de la entrada.
- ¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí! –gritó Blas, dando un salto en silla.
Una histeria irracional parecía haberse adueñado del blasisaurio, que miró convulso en todas direcciones y acabó huyendo por la puerta que comunicaba con el descansillo, de donde se dirigió escaleras arriba, dejando a Miren sola y completamente indefensa.
Mientras entraba en la primera habitación que encontró, pudo oír claramente cómo la puerta de la calle se abría y la chica lanzaba un grito desgarrador. Quizá debería haberse sentido mal por haberla abandonado a su suerte, pero en ese momento no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera su propia supervivencia.
Por la cama de matrimonio que la presidía, dedujo que se había refugiado en la habitación de los padres. Al intentar esconderse bajo el catre tocó algo húmedo que su imaginación, desbocada por el curso que estaban tomando los acontecimientos, pudo identificar al instante como un charco de sangre. Tal vez los zombis ya habían estado antes allí y habían terminado a mordiscos con los infelices padres de su “novia”.
Un siniestro gruñido terminó por decidirle a meterse en el armario, pues la otra opción que manejaba era tirarse por la ventana, lo que le habría costado algún miembro fracturado y, lo que es peor, poder tener que vérselas herido con los zombis que hubiera en el exterior.
- Aitá, no deberías haber pegado a Bruno, pobrecito.
- Pues que no te hubiera mordido, ay va la hostia. Lo mismo tiene la rabia o algo, ¿has visto cómo gruñe?
- Porque se ha enfadado contigo por pegarle. Es que confundió mi dedo con un gusano, la culpa es mía por darle la comida con la mano sin mirar. Y otra cosa, la próxima vez a ver si te acuerdas de llevarte las llaves… ¿y si yo no hubiera estado en casa?
- Pensaba llegar más tarde pero, al oír las noticias de la radio, me alarmé y, como no hay manera de que la operadora coja el teléfono, vine a ver si estabas bien.
- Pues claro que estoy bien, ya me ves. Pero empiezo a estar es un poquito harta de los zombis esos, ¿es que nadie sabe hablar de otra cosa?
- Pero, txiki, pueden contagiarte…
- ¿Es que no me has comprado vacunas? ¡Pero si la farmacia pilla de paso…! ¿Y para qué has venido, pues?
- ¿Vacunas…? Eh, pues yo… Sí, ahora mismo vengo. Cierra la puerta con llave, ¿vale?
Según giró el último cerrojo, Miren subió a buscar a Blas. Tenía que sacarle de allí antes de que regresara su padre.
- ¡Blas! ¡Blaaaaas!
La puerta del armario chirrió lentamente, como un quejido agonizante. El sonido orientó a la joven, porque Blas no era capaz de articular palabra. Se lo encontró allí dentro, lívido, embutido dentro de una de las chaquetas de su padre, temblando de un modo vengonzoso.
- ¿Qué haces ahí, tontoligo? ¿crees que es hora de jugar a los disfraces?
- Los… los zombis… ¿han entrado los zombis…?
- ¡Qué zombis ni qué niño muerto! Era mi padre, pero ya lo he largado con una excusa. Tienes que desaparecer de aquí antes de que regrese, vamos.
- Bajo la cama… sangre…
La hadrosauria se agachó y, al ver la bacinilla tumbada, prorrumpió en carcajadas.
- Pero, serás… Has volcado el orinal de aitá, que padece de la próstata…
Blas se acercó las pezuñas a los orificios olfativos, provocándose una arcada. Salió corriendo de la habitación pero no pudo esperar a encontrar el baño para vaciar el estómago, así que se agarró a la barandilla y descargó por el hueco de la escalera.
Mientras fregaba el desaguisado, Miren echaba pestes de aquel niñato, que trataba de recuperar el resuello con la cabeza entre las pezuñas, en una silla del recibidor. La puerta del garaje estaba abierta y el soniquete de la radio contribuía a rasgar el gélido silencio que se había instalado entre la pareja.
- …y por eso queremos desmentir todas las supuestas apariciones de zombis. Como dijimos al principio de la retransmisión, no se trataba más que de la dramatización de un conocido relato de ciencia-ficción, pero parece que mucha gente no escuchó la introducción y la policía se ha quejado a la emisora de la multitud de llamadas que ha recibido de gente que decía haber visto a infectados merodeando sus domicilios. Tanto García del Pozo como Radio Noticias Saurias lamentamos mucho estos incidentes y no nos queda más que decir que… perdonen las molestias.