El otro día vi esta noticia que me hizo preguntarme dónde están los límites.
Si leéis el post de Antonio Orbe veréis que ya es posible que los ordenadores escriban noticias cortas automáticamente. En principio se está usando para resúmenes de partidos locales puesto que son capaces de publicar la noticia 1 minuto después de que acabe el partido, a un precio por el que nadie escribiría: menos de 10 dólares por un artículo de 500 palabras.
Con esos precios, y tal y como está el mercado de la información en estos momentos, ¿quién va a necesitar a los periodistas? Si una máquina te da lo mismo, más rápido y a un precio tan bajo, ¿qué más se puede pedir? Si nos fijamos en la rapidez con la que avanza la tecnología, no es de extrañar que dentro de unos años las redacciones estén deshumanizadas y sean las máquinas las que ostenten el control de las palabras. ¿Hasta dónde hemos llegado? La información ha dejado de ser ese cuarto poder que tenía una responsabilidad con la sociedad, esa herramienta de lucha contra las injusticias y esa garantía de la democracia de un país, para pasar a convertirse en una mercancía, en un producto que se vende y del que se quiere obtener un beneficio. Los dueños de los medios de comunicación son empresas ajenas a este mundo: aerolíneas, petroleras, eléctricas… ¿qué tienen que ver esas empresas con la información? NADA. De hecho, para ellas lo único que cuenta es ganar dinero, no les interesa que la información sea veraz, de calidad o incluso interesante; lo que les interesa es cuánto van a ganar con ella.Esta intrusión afecta directamente al contenido puesto que un periódico que pertenece a una editorial, nunca va a poder hablar mal de esa editorial. De la misma forma, un informativo que depende de un anunciante principal, no podrá informar sobre un escándalo en el que ese anunciante se vea inmerso, o al menos no podrá hacerlo de manera imparcial. Pero todo esto ya lo sabemos. Ya sabemos que el verdadero poder es la economía, y no el cuarto, sino el primer poder. Pero si a toda esta basura que rodea a la comunicación añadimos la simplificación, estamos perdidos. Los periodistas tenemos que convivir con el hecho de que no tenemos horario; de que somos unos “todoterreno” que montamos, locutamos, fotografiamos, redactamos, maquetamos y un sinfín de tareas más que se añaden a esta lista si además eres becario. Como os podéis imaginar, de esa urgencia que impera en la sociedad no puede salir una información elaborada o incluso contrastada. Las prisas en muchas ocasiones, manejan los hilos del periodismo. Se busca lo breve, lo conciso. El modelo de Internet ha saltado a la prensa, la televisión e incluso a la radio. Las redes sociales y Twitter invaden la parrilla informativa. La mitad de los informativos son noticias “amables”, la otra mitad publirreportajes de cepillos de dientes o de maquinillas de afeitar y el tiempo que queda la presentadora o el presentador se pasea por el plató para lucir figura. Y todo esto está muy bien pero, ¿dónde está el periodismo de calidad? Se supone que la prensa escrita era la última esperanza para la reflexión, el análisis y la profundidad. Y ahora vienen los “ordenadores periodistas” y nos quitan lo único que nos quedaba. No me entendáis mal, obviamente estoy a favor de la tecnología y de lo que ésta nos aporta de positivo pero, como siempre digo, la clave está en el uso que se haga de ella y todo tiene un límite. Quizás los resúmenes de partidos sólo sean el principio y en el futuro se firmen las crónicas en lenguaje binario con ceros y unos, pero hay algo que un ordenador nunca llegará a transmitir y son los matices. Comparar molinos con gigantes, inventar un Macondo o escribir un pie quebrado que te llegue al alma… no, esas maravillas no son fruto de circuitos, cables y tornillos. Son pocas las personas que saben transmitir creatividad, brillantez, emoción, pero son eso, personas. Describir el dolor y el sufrimiento de una guerra; transmitir las emociones que se han vivido en un partido, una obra de teatro o una película, e incluso idear una entrevista que enganche al lector, son tareas que creo (y espero) que nunca van a poder ser sustituidas por una máquina. Espero que en este caso el sentido común prime sobre el dinero, y que no se pierdan los grandes periodistas que hicieron que una servidora se enamorara de esta profesión.