En los últimos años hemos visto la tendencia a confundir el periodismo con el activismo, tanto por parte de periodistas como de activistas. Sin embargo, es necesario aclarar que se trata de dos cosas muy diferentes: el periodismo busca informar con la mayor objetividad, imparcialidad y veracidad sobre las cosas que suceden en la vida diaria, mientras que el activismo trata de ganar adeptos para alguna causa política o social.
Mi trinchera es desde luego el periodismo, porque lo he ejercido durante más de medio siglo, lo entiendo y conozco su trascendencia, pero de ningún modo estoy en contra del activismo, porque también comprendo la necesidad urgente de remover conciencias para lograr objetivos de beneficio público.
Buenos y malos periodistas
En este momento de la historia de México y del mundo hay buenos periodistas que tratan de ser objetivos y leales a su profesión, es decir, de informar con la mayor objetividad lo que ocurre en sus respectivas comunidades, aportando los elementos de juicio necesarios para que sus lectores, sus audiencias, puedan formarse el mejor criterio de las cosas. Ésta es su profesión.
Sin embargo, vemos que no todos los periodistas respetan esta norma, sino que en su diaria labor buscan la manera de hacer activismo político o social en favor de una u otra causa, de derecha o de izquierda, en favor de un partido o de otro o en contra de los mismos, de suerte que el lector, el radioescucha o el televidente no sabe al fin de cuentas si se trata de un verdadero informador o de un activista.
De igual manera, el activista se disfraza muchas veces de periodista para dizque informar a la gente sobre acontecimientos políticos y sociales que ocurren en su entorno, lo cual degenera en una verdadera confusión que desorienta en gran medida a la opinión pública, porque muchas personas, sin conocer o advertir estos detalles, consideran como verdadero lo que no tiene fundamento.
No nos confundamos
A lo que voy es que no hay necesidad de hacernos bolas: una cosa muy clara es el periodismo, que todos los periodistas profesionales conocemos bien, o sea, informar con la mayor objetividad a la población para que pueda normar su criterio, y otra muy distinta es el activismo que busca ganar adeptos para alguna causa, sea o no legítima.
En otras palabras, el periodista, si realmente quiere sostener su imagen, su credibilidad, tiene la obligación de mantenerse neutral ante cualquier conflicto político y social, dando a sus audiencias todos los elementos para entenderlo, mientras el activista puede argumentar todo lo que quiera para lograr sus objetivos.
Esto no es fácil, porque a veces ocurren desgracias tan grandes que un periodista no resiste la tentación de convertirse en activista, lo cual, insisto, no es correcto, porque no es su campo.
De igual manera, el activista no debe involucrarse en áreas que competen al comunicador profesional, es decir, a dar por ciertas cosas que no lo son, aunque esté en su derecho de promover cualquiera de las causas que considere justas.
Artículo publicado por el semanario Conciencia Pública en su edición del 12 de noviembre de 2017.