Revista Viajes
El viaje desde Mira, Venecia, hasta Florencia resultó corto y cómodo, porque llegando a Padova (35 kms) se tomaba en las cercanías de la ciudad de San Antonio la autopista que se dirigía a Bolonia, y desde esta capital, cruzado ya el río Po, hasta Florencia. El panorama y el paisaje se presentaban como los típicos de una zona central de país mediterráneo, llana, con cultivos que denotaban la existencia de regadíos. Pero al entrar en la Toscana (región capitalizada por Florencia) se suceden los cerros y se accidenta el terreno, haciéndose el típico secano mediterráneo, con olivos, algarrobos y vides, con rincones de mucha belleza.La entrada en Florencia es siempre complicada, y más en nuestro caso, porque debíamos dirigirnos a la zona allende la ciudad monumental, al otro lado del
río Arno, y esa parte de la urbe tenía muy restringido el tráfico, prácticamente reducido a los residentes. Suerte de que la policía no andaba vigilante.Sea por lo que fuera, gracias al navegador nos acercamos al Palacio de los Pitti, y obviando las restricciones, llegamos a la calle Campuccio, en la que teníamos reservado un apartamento en planta baja. A la llegada, sobre mediodía, nos esperaba Francesca, la dueña, que nos instruyó en lo necesario. Comprobamos que era un apartamento pequeño, con un dormitorio interior y un baño diminuto y adaptado con mucha sencillez, una cocinita bien equipada aunque vieja y un salón con un sofá cama. Como solamente íbamos a pernoctar en ese día no le dimos mayor importancia a la capacidad y tras reponer bebida nos lanzamos al calor de la ciudad, recorriendo las diversas calles de ese casco antiguo exterior, hasta llegar al "Ponte Vechio", sobre el Arno, tan concurrido como siempre y especialmente por turistas de imagen oriental. Hicimos unas fotos y nos dirigimos hacia el centro, piazza del Duomo (catedral) para volver a admirar esas maravillas en mármol blanco que son el baptisterio y la propia catedral. Turistas a cientos en derredor, casi era imposible hacer una foto sin que se introdujera algún desconocido, por lo que, sudando la gota gorda, optamos por degustar unos helados, muy buenos pero muy caros (6'50 euros un cono mediano), y por los que casi hubo que suplicar unas servilletas de papel. ¡Seguían los abusos con los turistas!Encontramos buena información en la Oficina de Turismo municipal, y con un planito (para recordar mejor los itinerarios) nos dirigimos a la Piazza della Signoria, la bella plaza ornada de estatuas (el David,
por ejemplo) y la "Galleria degli Uffici". Nos llamó la atención que en el centro se ha instalado una fuente con una gran tortuga dorada.Y en medio de un importante calor, envueltos en multitud de turistas, recordamos con paso cansino los monumentos de la Iglesia della Santa Croce, la de Santa Maria degli Fiori, , recorrimos las típicas vías, especialmente la Ghibellini, y optamos al cabo de tres horas volver hasta nuestro apartamento. Teníamos algo de apetito, porque ya había pasado con creces la hora de la comida, y fuimos comprobando en los abundantes y típico restaurantillos que se ofrecían en las históricas calles y plaza los precios y sus ofertas, aunque no nos convenció ninguna posibilidad, y menos tener que soportar nuevamente el pago del "coverto" o "coperto", que era pauta general, aunque en algún restaurante se le llamaba "servizio". Como mínimo encarecía 3 euros por comensal. ¡Seguía la explotación a los turistas!Por lo que llegamos a nuestro apartamento, nos pusimos cómodos, aliviamos nuestra sed y nos preparamos unos bocados con la charcutería que aún restaba de la comprada en Austria. Nuestros jóvenes se fueron a continuar callejeando y llegaron cerca de la medianoche, satisfechos por haber cenado unas pizzas sabrosas. Charlamos un rato y nos fuimos a dormir, ya que al siguiente día queríamos visitar Siena y Pisa, para
llegar a alojarnos en Beverino, en los bosque de la Liguria no lejanos a Cinque Terre. Florencia había sido lugar de paso, de calor y de turistas. Valía la pena la vista de monumentos. El calor, las muchedumbres y las picarescas italianas, en modo alguno. SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
río Arno, y esa parte de la urbe tenía muy restringido el tráfico, prácticamente reducido a los residentes. Suerte de que la policía no andaba vigilante.Sea por lo que fuera, gracias al navegador nos acercamos al Palacio de los Pitti, y obviando las restricciones, llegamos a la calle Campuccio, en la que teníamos reservado un apartamento en planta baja. A la llegada, sobre mediodía, nos esperaba Francesca, la dueña, que nos instruyó en lo necesario. Comprobamos que era un apartamento pequeño, con un dormitorio interior y un baño diminuto y adaptado con mucha sencillez, una cocinita bien equipada aunque vieja y un salón con un sofá cama. Como solamente íbamos a pernoctar en ese día no le dimos mayor importancia a la capacidad y tras reponer bebida nos lanzamos al calor de la ciudad, recorriendo las diversas calles de ese casco antiguo exterior, hasta llegar al "Ponte Vechio", sobre el Arno, tan concurrido como siempre y especialmente por turistas de imagen oriental. Hicimos unas fotos y nos dirigimos hacia el centro, piazza del Duomo (catedral) para volver a admirar esas maravillas en mármol blanco que son el baptisterio y la propia catedral. Turistas a cientos en derredor, casi era imposible hacer una foto sin que se introdujera algún desconocido, por lo que, sudando la gota gorda, optamos por degustar unos helados, muy buenos pero muy caros (6'50 euros un cono mediano), y por los que casi hubo que suplicar unas servilletas de papel. ¡Seguían los abusos con los turistas!Encontramos buena información en la Oficina de Turismo municipal, y con un planito (para recordar mejor los itinerarios) nos dirigimos a la Piazza della Signoria, la bella plaza ornada de estatuas (el David,
por ejemplo) y la "Galleria degli Uffici". Nos llamó la atención que en el centro se ha instalado una fuente con una gran tortuga dorada.Y en medio de un importante calor, envueltos en multitud de turistas, recordamos con paso cansino los monumentos de la Iglesia della Santa Croce, la de Santa Maria degli Fiori, , recorrimos las típicas vías, especialmente la Ghibellini, y optamos al cabo de tres horas volver hasta nuestro apartamento. Teníamos algo de apetito, porque ya había pasado con creces la hora de la comida, y fuimos comprobando en los abundantes y típico restaurantillos que se ofrecían en las históricas calles y plaza los precios y sus ofertas, aunque no nos convenció ninguna posibilidad, y menos tener que soportar nuevamente el pago del "coverto" o "coperto", que era pauta general, aunque en algún restaurante se le llamaba "servizio". Como mínimo encarecía 3 euros por comensal. ¡Seguía la explotación a los turistas!Por lo que llegamos a nuestro apartamento, nos pusimos cómodos, aliviamos nuestra sed y nos preparamos unos bocados con la charcutería que aún restaba de la comprada en Austria. Nuestros jóvenes se fueron a continuar callejeando y llegaron cerca de la medianoche, satisfechos por haber cenado unas pizzas sabrosas. Charlamos un rato y nos fuimos a dormir, ya que al siguiente día queríamos visitar Siena y Pisa, para
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