En memoria de Alain Resnais (1922-2014)
A la tragedia del Holocausto se suman otras dos: la de su negación y la del olvido.
Contra ambas dispara Alain Resnais la potente andanada de Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955), breve película documental, apenas 31 minutos de duración, que repasa en breves pero sobrecogedoras pinceladas todo el proceso mediante el que los nazis hicieron desaparecer a varios millones de personas en los campos de concentración levantados en Alemania, Austria y otros países ocupados por la Werhmacht en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Con guión del superviviente Jean Cayrol y con una escurridiza banda sonora obra de Hanns Eisler (alemán huido de su país por su militancia comunista que más tarde tuvo que escapar igualmente de Estados Unidos), Resnais entremezcla el material en color rodado para la ocasión en las ruinas de Auschwitz, en las que la hierba brota de nuevo entre los cascotes de los crematorios derruidos y en las explanadas ante los barracones vacíos y entre las alambradas, con imágenes de archivo en blanco y negra procedentes de fuentes belgas, francesas y polacas, pero, significativamente, no alemanas ni de sus aliados (muestra de las polémicas negacionistas o relativizadoras del fenómeno que ya existían apenas una década después del descubrimiento de los horrores de los campos), filmadas durante la contienda y la liberación de los campos, con lo que presenta una doble crónica, la de los hechos históricos, con comienzo en el ascenso de Hitler al poder en 1933 y final en la derrota alemana en la guerra doce años más tarde, y la de su presente, con la finalidad de impedir que el paso del tiempo logre diluir los recuerdos de unos acontecimientos que por aquellas fechas latían todavía a flor de piel en las sociedades europeas.
Desprovisto de morbo pero sin escatimar en la demostración de los horrores acontecidos, Resnais retoma las imágenes de las máquinas excavadoras empujando montañas de cuerpos hacia fosas comunes abiertas, de los cuerpos de quienes intentaban escapar de los campos colgando de las alambradas tiroteados, de los rostros demacrados, aterrorizados, incrédulos, enloquecidos, de los esqueletos sometidos a tortura o a la “solución final” de las duchas de gas y los crematorios, de las toneladas de cabello, dientes de oro, gafas, ropa o piel humana destinados a la producción industrial alemana, de las interminables filas de seres humanos detenidos y deportados a los campos, hacinados en vagones de tren, en sucias literas de madera o de ladrillo apiladas en el interior de barracones húmedos, mera antesala de la muerte. Resnais dedica imágenes explícitas a la escalera de la muerte del campo de Mauthausen, y cita expresamente a los 3.000 españoles muertos durante su construcción. La narrativa de Resnais y Cayrol, militante y combativa, acusa colectivamente sin apuntar en concreto ni a Hitler ni a los nazis, sino a todos los cómplices, alemanes o no (recuérdese el importante número de países aliados, en todo o en parte, de Hitler en la guerra), de esa política criminal; para guionista y director, el hecho de que algunos de los más importantes campos de la muerte se encontraran cerca de ciudades populosas y de importancia industrial, implica la complicidad directa de los civiles alemanes, una culpabilidad colectiva disuelta en el anonimato de la derrota y la reconstrucción, un “mirar para otro lado” aprovechando la convulsa etapa que siguió al horror y en la que biografías, hechos, trayectorias, podían reinventarse o reinterpretarse.
Resnais utiliza las imágenes de muerte y horror como munición contra el olvido y la negación, busca impedir que la naturaleza frágil de la memoria, máxime si esta es colectiva (recuérdense asimismo las imágenes de Bosnia apenas cuatro décadas más tarde), que los quehaceres y los nuevos empeños que ocupaban a Europa en aquellos años cincuenta, las nuevas relaciones políticas y económicas basadas en la reconciliación, enterraran aquellas otras imágenes registradas en el año 44 bajo la capa de progreso y prosperidad que parecía cubrir al continente solo diez años después del final del conflicto. Resnais propone una reflexión acerca de las infinitas posibilidades que puede alcanzar la crueldad del hombre con sus semejantes, ofrece un permanente recordatorio de los límites de deshumanización y brutalidad a los que el ser humano puede llegar, al mismo tiempo que proporciona irrefutables pruebas contra la tibieza o la banalización del Holocausto. A este respecto, cobra impactante notoriedad el comentario de Resnais “un crematorio podría parecer bonito como una foto de postal; los turistas actuales se fotografían delante de ellos”. Pero la película, como se ha dicho, no evita señalar a los culpables, esos mismos que en el momento del rodaje, y hoy mismo, en Europa y en España, siguen intentando mirar para otro lado, intentando hacer Historia-ficción con la que justificar su inocencia y la de sus antepasados o también sus posiciones políticas presentes. Dicen algunos capos y jerarcas nazis en las imágenes que de sus juicios muestra la película: “Yo no fue responsable”. Resnais y Cayrol apostillan: “¿Quién entonces?”