Revista Opinión

¿Pero esto no iba de literatura?

Por Danielruizgarc
¿Pero esto no iba de literatura?

Con esto de Internet se ha amplificado lo que en los tiempos analógicos era una verdad de salón. Ahora es una verdad a voces: los escritores son marcas. En el IBEX literario patrio, los valores fluctúan de forma espasmódica, a veces virulenta, y cuesta mucho mantener el valor de la marca. Las pequeñas empresas, o los escritores de medio pelo, han subido como la espuma en la bolsa nacional del mercado editorial merced a Facebook y Twitter, y a sus posibilidades, antes insospechadas, de ejercer la adulación, cuando no el vergonzoso lametazo, a través de la réplica y multidifusión de sus entradas de blogs. De igual modo, hay escritores encumbrados que muestran sus debilidades en el circo de las redes sociales, a veces bajan la guardia, y entonces empezamos a perderles el respeto, nos sonroja su vulgaridad, resulta que son seres tan primarios y elementales como cualquiera. La crítica seria es hoy el más absoluto de los cachondeos, y la crítica cachonda es elevada a la categoría de principio de autoridad indiscutible, disociada de las ventas pero capaz de acabar con la reputación y el prestigio de una carrera de años a través de un par de escupitajos online. Con Internet todo se democratiza, se resquebrajan las fronteras, y en este espacio los escritores deben arrojarse al abismo de defender su marca. A muchos este salto les pilla con el pie cambiado, y ahí siguen, invisibles, quizá carcomidos por la sospecha de estar perdiendo una oportunidad. Otros han saltado demasiado, y hacen el descenso emitiendo todo tipo de piruetas, gritando mucho, como si la inmersión fuera una actuación de circo. En medio de todo este pifostio, hay una incontestable evidencia: cada vez se lee menos, cada vez se compran menos libros, el mercado editorial arroja pérdidas. Hay que usar las redes sociales, cualquier elemento a nuestro alcance, no ya para defender la marca, sino sobre todo para gritarla mucho, para llenar cualquier espacio libre, aunque al final el logotipo resulte chirriante, machacón, cansino. Entonces, a lo mejor, uno empieza a pensar que Facebook, que Twitter, que las redes, no son adecuadas para una buena gestión de nuestra marca. Que quizá la gestión más decorosa de nuestra marca viva en el silencio, y en el único lugar en el que siempre debería permanecer: en la fábrica, allí donde se cocina el producto, delante de los folios en blanco, frente a la pantalla de ordenador.


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