Dentro de la espiral de deterioro en la que estamos inmersos todos los españoles y que se extiende como una mancha de aceite afectando todas las estructuras del país, uno de los casos más preocupantes es, sin duda, el desprestigio creciente de la Judicatura en España. Asistimos, desgraciadamente no puede decirse que sorprendidos, a la degeneración de uno de los pilares básicos de la convivencia como es el respeto por las leyes y la justicia y por quienes son los encargados de administrarla. Cada vez es más frecuente observar sentencias que parecen, o directamente lo son, dictadas más con un criterio ideológico, el que sea, que con verdadero respeto por la ley. Muchos jueces, afortunadamente no todos (aún), parecen más cómodos guiándose por su particular ideología aunque ello represente en ocasiones una flagrante incoherencia ante los hechos juzgados. Sea porque en demasiadas ocasiones los jueces son directamente nombrados por la escoria política dirigente para su cargo, o sea porque anida en ellos la ambición de hacer carrera rápida y fácilmente y por tanto se pliegan sin reparo a las indicaciones del poder de turno, causa pavor y vergüenza leer algunos de sus, nunca mejor llamados, fallos. En los últimos meses asistimos, cada vez con mayor indiferencia, a la catarata de despropósitos que, en forma de sentencias, vierten muchos de nuestros jueces. Fallos que parecen con demasiada frecuencia motivados por el talante ideológico de aquel que debiera juzgar en imparcialidad. Sentencias y dictámenes como los del GAL, Filesa, 11-M, Malaya, Camps y Gürtel, Bárcenas, Faisán y más recientemente Prestige, han lanzado al estrellato a no pocos jueces ávidos de relumbrón. Y lo malo no es solo la despreciable actitud de este grupillo de arribistas, sino el tono partidista de los llamados medios de comunicación que, abandonando su tan manifiesta independencia, han tomado partido claramente por unos u otros en función siempre de sus simpatías ideológicas. Y en este contexto nos encontramos con que ahora existen jueces “buenos” y “malos” de acuerdo no sólo a lo acertado o no de sus sentencias sino, principalmente, a lo acertado o no de su ideología para el periodista, pseudoperiodista u opinador correspondiente. Y así, estos irresponsables han logrado que una institución que debiera ser garante de nuestras leyes y de nuestras libertades se convierta en un elemento más de confrontación y bandería, cual si de fanáticos futboleros se tratara. Pero lo peor de todo es que hemos comprado esa mercancía.
Todo esto es especialmente llamativo por lo que atañe a la situación de la Sanidad Pública madrileña. Tras más de un año el único avance tangible ha sido el empeño de algunos en judicializar el conflicto. En los últimos meses han proliferado las sentencias de diferentes salas, ora dando la razón a los demandantes, ora a la Consejería. La nauseosa politización de cualquier reivindicación a la que hemos sido conducidos consciente o inconscientemente los médicos ha permitido el atrevimiento de afirmar sin rubor que algunas de las decisiones judiciales que se han tomado lo han sido (o lo serán) “por los innegables vínculos político-familiares del juez”. Se lanza en los medios la acusación de prevaricación y no pasa absolutamente nada. Y todo ello aplaudido y jaleado por los palmeros mediáticos de ideología contraria a la del Gobierno regional a la par que criticado y desmentido por los medios cuya ideología coincide con la del Gobierno regional. Y lo malo para los médicos es que, si aceptamos estas premisas, debemos aceptar también la posibilidad de que todas aquellas sentencias que aparentemente nos han beneficiado lo han sido, no por la justicia de su reclamación, sino por la ideología militante del juez responsable del fallo. ¿Y es esto lo que buscamos…?
En esta España cada día más corrupta y enlodada, donde la degradación de las instituciones del estado es cada vez más evidente, donde la podredumbre aflora allá donde miremos y en la que es ya imposible ocultar el deterioro de nuestra Justicia y de los encargados de administrarla, resulta muy apropiado preguntarse, parafraseando al gran Jardiel Poncela, “pero… ¿hubo alguna vez once mil jueces?”
“Muchos jueces son absolutamente incorruptibles; nadie puede inducirles a hacer justicia.”
Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta alemán (1898-1956)