Revista Arte

Pero papá, ¿entonces qué es arte?

Por El Patíbulo

Pero papá, ¿entonces qué es arte?

Esta pregunta formulada a lo largo de la historia ha tenido diferentes respuestas en cada época, entrañando a su vez una mayor complejidad directamente proporcional conforme nos hemos ido aproximando al siglo XXI. Hace cuatrocientos años la respuesta era bien sencilla, y en ella llevaba implícita nombres y apellidos, algo que ha sucedido practicamente hasta hace poco más de medio siglo. Por suerte hace unos días se daba por concluida la Feria Internacional de Arte Contemporáneo, conocida como ARCO, y digo por suerte porque en el primer día de ésta un visitante tropezó y derribó –aunque no sé si fue este el orden o al contrario– una estatua causándole daños de consideración y dando la casualidad de que el ‘torpe’ no era otro que el archiconocido arquitecto Norman Foster.

ARCO reúne anualmente una importante muestra a nivel internacional de artistas consagrados de todas las vanguardias, todo ello atravesado por la más absoluta contemporaneidad, es decir todo aquel importante movimiento internacional que tenga que ver con el arte, incluido el más absurdo de todos.

No creo que resulte fácil ponerse de acuerdo a la hora de contestar una pregunta que no hace mucho era fácil de responder: todo producto realizado por el ser humano con alguna finalidad estética. El mayor problema es que nuestro canon estético aún se encuentra anclado en el más puro clasicismo, que a lo sumo y con dificultad nos hemos ido acomodando a las obras de Bacon, Lucien Freud, Mondrian, Appel, Braque o Kandinsky.

En Londres están que trinan estos días porque la obra del artista callejero conocido como Bansky –aunque totalmente desconocida su identidad– ha sido “robada” de su lugar de origen, que no era otro que una pared privada cuyo avispado dueño –y no sé cómo c**o la habrá arrancado–  se la ha llevado a Miami para que sea subastada por un precio inicial que ronda el medio millón de dólares. Recuerdo que hace unos años este mismo artista tuvo curiosamente otro problema con una obra suya cuando en Melbourne borraron por error un graffiti que había dejado en la ciudad australiana tal y como uno hace con aquello de “Fulanito estuvo aquí”. Alguno de sus dibujos se han vendido por encima de los 200.000 euros.

En ocasiones lo que más llama la atención de cierto arte es que se halle expuesto en importantes museos, levantando a su vez algún que otro sarpullido las desorbitadas sumas económicas que los coleccionistas pagan por algunas piezas. Los materiales usados no son sólo los comunes y clásicos de toda la vida, sino que además incluyen seres humanos –vivos y muertos–, por lo que su ubicación se antoja complicada.

Repaso un libro sobre arte contemporáneo que tengo desde hace años y me resulta complicado llamar arte a ciertas piezas. La utilidad es nula, mientras el absurdo es máximo. Algunas obras son sorprendentes, como las de Christo, que acostumbra a envolver con kilómetros de tela costas y montañas. Otros recrean el montaje de una exposición, con el kit completo de herramientas, pinturas, y hasta el tupper con el desayuno, obra de Fischli & Weiss. David Hammons en cambio presenta una simple capucha de un abrigo, expuesta en una galería de NY. El chino Yong Ping Huang introduce en una lavadora un par de libros y voilá, da como resultado La historia del arte chino y la historia del arte moderno después de dos minutos en la lavadora. ¡Increíble! Ahora bien la pieza de Steinbach es menos compleja y más mundana: unas jarras de cerámica y tres cajas de detergente (eso sí, de la marca cara). Pero la mejor es Mierda de artista, del italiano Manzoni, (y éste especifica todo para que no haya problemas con el etiquetado. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961, alerta Manzoni, por lo que  ya caducada) vendidas a precio de oro, aunque al parecer éste lo hiciese como crítica a ese arte que incluye proyecciones de vídeo, ruidos, animales vivos, anuncios sobre pantallas de televisión o sangrantes performances. Otros en cambio son más sencillos, como Mark Wallinger, un caballo de carreras de verdad, que como no podía ser de otra forma se especifica que está en una colección particular.

Reconozco que entre los pocos artistas excéntricos que me fascinan está Damien Hirst, el artista vivo cuyas obras se venden más caras. Le gusta diseccionar y meter en alguna solución alcohólica a animales reales: ovejas, vacas, tiburones… Me encanta esa inmensa obra titulada como La imposibilidad física de la muerte en la mente de un vivo, con un tiburón en formol en el interior de una urna de vidrio verde. Si tuviese el espacio suficiente, adquiriría sin duda la de la vaca, pero mi sala de estar no da para mucho más. ¿El dinero? Eso es lo de menos, lo importante aquí es el espacio.


Volver a la Portada de Logo Paperblog