La pasión por el conocimiento no es algo que se pueda cuantificar, evaluar, o diagnosticar. Y, sin embargo, es el verdadero motor del aprendizaje. Allí donde hay pasión, hay esfuerzo, sacrificio, afán de búsqueda y revelación, y entonces todo lo demás -pruebas de diagnóstico, aplicación de las TICs y PowerPoints, programas educativos, de innovación, de animación a la lectura...- queda en un segundo plano, como algo meramente auxiliar, decorativo, diría yo. El otro día asistí en Logroño a una conferencia de Gustavo Bueno, padre, el padre de la teoría del cierre categorial, y en apenas una hora y media, allí, frente a nosotros, en pie, sin papel, lápiz ni ordenadores o pantallas a su alrededor, consiguió mantener nuestra atención con su discurso, ordenado, bien pensado y estructurado, incluso hubo quien sacó su cuaderno para tomar notas porque además sabía que nadie le iba a poder dar el archivo con la información correspondiente. Y es que allí donde hay pasión por el conocimiento hay también deseo de enseñar, deseo de que los otros, nuestros oyentes, nuestros alumnos, se hagan partícipes de nuestra búsqueda y descubran con nosotros aquello que tanto tiempo y esfuerzo nos ha llevado conquistar.
Primero tenemos que ser alumnos, despertar y cultivar ese eros de conocimiento al que tanto refiere Platón, para poder enseñar. Y esto es algo que no se hace haciendo un cursillo del CPR, u ojeando páginas de diferentes libros de texto. Porque una cosa es reproducir oralmente lo que está escrito en los libros de texto o en sus correspondientes PowerPoints -eso lo puede hacer hasta un chimpancé- y otra muy distinta desandar el camino para volver a caminarlo junto a quien te quiera acompañar. Lleva años conocer las obras de Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche o Marx, lo mismo que conocer a fondo las teorías de Maxwell, Planck, Einstein, las de Poincaré, Quine y Gödel, o las obras de Shakespeare, Cervantes o Quevedo, pero solo si hemos pasado por eso, cada uno en su disciplina, solo si día a día cultivamos el conocimiento, créanme, puede haber verdadero aprendizaje. Me decía un alumno que no entendía por qué alguien puede querer dedicar la mayor parte de su tiempo a estudiar y a aprender, con lo aburrido y costoso que es. Pues bien, conseguir que este alumno se convenza de lo contrario, de que el conocimiento nos hace mejores personas, debe ser el fin de la educación.
Cada día estamos más sujetos a las imposiciones de un sistema que quiere de nosotros que nos conformemos con utilizar las TICs, hacer un par de cursillos al año, y que aprobemos a un porcentaje relativo de alumnos. Tengo la sensación de que llegará el momento en que el profesor, de cualquier materia, será verdaderamente sustituible, pero no porque en realidad lo sea, sino porque habrá quedado relegado a meras labores de reproducción de lo que dicta el lenguaje de las nuevas tecnologías, que cada vez es más suyo y menos nuestro. Y para colmo nos sorprendemos de lo que pueden hacer las nuevas tecnologías aplicadas a la educación, como programar las sesiones, hacer diarios de clase, colgar y visualizar las tareas,...y yo que sé qué cosas más... ¡pero si esto que pueden hacer ya lo llevamos haciendo desde siempre usando nuestra propia voz, la pizarra y la tiza¡ En fin, solo me queda citar a Unamuno: La verdadera ciencia enseña, por encima de todo, a dudar y a ser ignorante.