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Si bien es cierto que hacer re-makes de películas clásicas importantes o de aquellas denominadas “de culto”, es siempre una tarea compleja, he de decir que al “Perros de Paja” que nos presenta Rod Lurie en estos días, no se le puede negar una buena intención, pero no ha sabido reflejar aquello que le daba valor, respeto y rigor a la obra de Pekinpah, una brutal sensación de suciedad moral y un ambiente hostil estremecedor tan depravado y abyecto como el mismísimo infierno.
Si en “Nothing but the truth” Lurie apuntaba buenas maneras, tras varios largometrajes que no dejaban de ser “del montón”, su revisión de los “Perros de Paja” nos ha proporcionado a los cinéfilos una serie de buenos momentos, a pesar de haber vuelto a caer, una vez más en el típico y clásico re-make de obra maestra con el que llegar al público masivo y consumidor de bebida de cola, tamaño gigante.
En contraposición a esa idea he de romper una lanza por Lurie, por haber sido capaz de mantener la violencia extrema del clásico, sin dar rienda suelta a disimulos narrativos encaminados a no dañar la sensibilidad de los corazones más delicados, pero esta revisión tiene un grave y sustancial problema. Si el trabajo de Pekinpah, vuelve a nuestra mente después de años sin verla, con esta óptica de Lurie, no lograremos recordar dentro de tres meses ninguna secuencia concreta de la misma.En la primera escena el director y ex-crítico nacido en Israel, se delata por completo en un ejercicio de preciosismo paisajístico yanki, de pijerío de lo más estúpidamente “fashion” en coche deportivo y de rubia platino de lo más fútil y encantadora. El estilo queda marcado por llamémosle, cine a la moda. Otro reto que se antojaba imposible de superar, nos aparece conduciendo el coche. Usar gafas de ver y tener cara de tipo introvertido, no es ni por asomo parecerse a Dustin Hoffman, era una batalla perdida de antemano, y así se ha plasmado.
Si nos atenemos a la premisa fundamental de la novela de Gordon Williams, que es la propia expresión “Perros de Paja” referida a esas personas que aparentan fuerza y poder y ocultan en realidad una naturaleza hueca y falsa, la película cumpliría con sus expectativas, pero después de la novela y la obra de Peckimpah, la secuela hubiera necesitado una reformulación de la que carece por completo, quedándose en una imitación más o menos interesante por momentos, pero que no aporta nada nuevo. Sin llegar al límite de plagio como hizo mi admirado Scorsese con “Infiltrados” (The departed, 2006) en su remake de la grandísima “Juego sucio” (Inffernal Affairs, 2002) la idea sería muy parecida. El material es tan bueno, que con copiarlo tienes suficiente para hacer una buena película, pero eso no significa que en esta producción se haya hecho un buen trabajo. Volvemos al problema en el que caen la mayoría de los remakes, que se convierte en vulgares copias del original. Todo esto no habla bien de un director como Rod Lurie.Todas las ideas interesantes de la cinta de Pekinpah y por ende, de la novela, aquí se convierten, y nunca mejor dicho, en ideas de paja. La idea de violencia psicológica, no tiene actores o actriz para desarrollarse. La idea de ruralidad y sociedad anticuada, solitaria, sexista, machista y alcohólica, queda desnuda y sin poder a base de paisajes bonitos, hamburguesas y partidos de fútbol americano, que no hacen más que incrementar la sensación de postal. Y la idea fundamental de violencia no logra la calidad cinematográfica de Pekinpah, le falta artesanía y arte, capacidad y conocimiento.
Como digo, James Mardsen no logra acercarse a la capacidad interpretativa de Dustin Hoffman. Cuando el papel le pide cobardía se acerca en parte a lo que se espera de su personaje, pero es en el tema de la introversión donde no termina de cumplir. Hace años que no veo la original, pero no se me olvidan los gestos del gran Hoffman, escribiendo fórmulas en aquella pizarra.
El papel de Kate Bosworth, tiene un problema insalvable, que evidentemente no resuelve. La maravilla de Peckimpah, fue en gran parte diseñar para la pantalla una escena paradigmáticamente mezquina y amoral. Una violación consentida, que en la pantalla me producía una sensación asquerosamente inmoral para mi cerebro occidental-liberal, y una sensación paralela en mi estómago que inducido por ella, auguraba la posibilidad de regurgitar. En este remake, no hay nada de esto, todo ello se transforma en: “Escena desagradable vista anteriormente en más de trescientas películas”.Alexander Skarsgard tiene un papel complicado. El diseño de su personaje no está del todo bien cerrado y a veces se pierde en dualidades morales sin acierto y sin concreción de su personalidad. Y por otro lado se pasa media película a pecho descubierto, no sé si con la intención de vender más entradas, lo que sí sé, es que la idea es tan amarilla como vulgar.
Podríamos estar analizando las reacciones del ser humano en las situaciones más límite, pero con esto en las manos, sólo puedo analizar una burda copia de una obra maestra de Sam Peckinpah.