Editorial Gadir. 183 páginas. 1ª
edición de 2012.
Conocí a David Barreiro (Gijón, 1977) en la Casa de Asturias de Madrid, un Día del Libro de hace al menos tres
años. Acudí allí para saludar al poeta Alejandro
Céspedes, que recitaba poemas de su último libro, y poder agradecerle en
persona que me hubiese escrito el prólogo de mi poemario Móstoles era una fiesta
(el primer de los dos libros de El bar de Lee). Barreiro también
conocía a Céspedes, fuimos presentados y estuvimos conversando esa noche sobre
libros.
Este verano Barreiro me escribió
para ofrecerme su última novela, Perros de presa, con la intención de
que la leyese y si quería la comentara en el blog. Con Perros de presa, David Barreiro fue el ganador del Premio Joven 2011 de Novela de la
Universidad Complutense de Madrid. Hace unos meses, también comenté en el
blog la novela de Javier Serena, Estación baldía, que fue la
finalista de este mismo premio. Había conocido a Serena en una ocasión y me
escribió también para ofrecerme la lectura de su libro, que ya comenté en el
blog.
Perros de presa sitúa su acción a finales de la primera década del
siglo XXI, en una de las ciudades dormitorio que rodean Madrid. La novela, en
primera persona, está narrada por Federico Narváez, de 37 años, licenciado en
Antropología y que trabaja como guardia jurado en un centro comercial decadente
de su ciudad dormitorio. Nunca se da el nombre de esta ciudad (a la que doce
minutos de tren separan de la estación de Atocha), pero la relación del
narrador con ella es cuanto menos ambigua, por no decir directamente pésima.
Durante toda la novela se juega a designar a la ciudad mediante diversos nombres
que actúan como adjetivos; así nos encontraremos que estamos en una ciudad
herrumbre, ciudad socavón, ciudad despensa, ciudad cirrosis, ciudad trastero,
ciudad callejón, ciudad ladrillo…
Si Narváez considera que la
ciudad en la que vive es una ciudad derrota, lo mismo puede aplicarse a su
propia vida: “No he llegado donde esperaba” (pág. 26).
Sin embargo, algo salva a Narváez
del hundimiento total: su capacidad de observación y su sentido del humor.
Los primeros capítulos de Perros de presa son de corte
costumbrista: mediante un lenguaje desenfadado (“lo disimulan que te cagas”,
pág. 35; “palomitas saliéndonos por las orejas”, pág. 47; “la espichó”, pág.
81; “tengo los huevos de corbata”, pág. 152), que a veces cae en la frase hecha
(“dicen las malas lenguas”, pág. 49; “nada nuevo bajo el sol”, pág. 73), pero que
tampoco está exento de juegos metafóricos (“Un par de gotas gruesas como
bombillas caen a nuestro lado y ambos miramos al cielo que ya ha adquirido un
tono gris marengo que no le va nada ni a él ni a nosotros.”, pág. 20), Federico
Narváez nos pone al día de cómo transcurre la vida en el centro comercial,
donde no se toma demasiado en serio su trabajo, ya que además de ayudar a algún
pequeño delincuente a robar comida, se dedica a dormir con los ojos abiertos o
a admirar a Jessica, la más atractiva de todas las cajeras.
Sin embargo, ya desde el final
del primer capítulo (unos capítulos cortos) se pone al corriente al lector de
uno de los pilares subterráneos sobre los que se va a edificar la novela: “Hace
cuatro meses que mataron a Dani.”, pág. 15). Dani es uno de los dos mejores
amigos de Federico, y el otro, Marcos, se fue a vivir a Barcelona, así que Dani
es en realidad el mejor amigo del narrador. Dani dibuja un cómic durante las
noches que acompaña a Federico en el centro comercial, cuando a éste le toca
jornada nocturna. Una de las noches en las que Dani se acercaba al centro
comercial -en la que Federico no se encontraba allí porque estaba enfermo- es
asesinado de un disparo. Rápidamente se detiene a dos rateros como culpables
del crimen; pero meses más tarde Federico encuentra detalles que no cuadran en
la resolución del caso. De una forma casi casual, se convertirá en detective de
la muerte de su amigo.
A pesar de que la novela parte de
un costumbrismo con toques de humor muy español -donde el blanco principal de
los chistes del narrador suele ser él mismo-, la estructura de Perros de presa nos remite a la novela
negra o al cine negro norteamericano. En este tipo de narraciones, una persona
vencida y cínica busca una redención personal mediante la resolución de un asesinato,
y en el camino hacia esa resolución se va adentrando cada vez más en la
corrupción de un mundo turbio. En la ciudad dormitorio de la novela, el centro
comercial, escenario principal de la trama, simbolizó en el pasado la esperanza
de una ciudad mejor, para acabar contemplado como languidece y se van cerrando
sus locales, pero además: “La obra se había vendido como el proyecto de uno de
los jóvenes arquitectos con más talento de la ciudad, pero luego se descubrió
que no había llegado a terminar la carrera y su mayor mérito era ser sobrino
del entonces alcalde, hoy en tercer grado penitenciario después de un turbio
asunto de malversación de fondos públicos.” (pág. 47-48). El centro comercial
va a esconder más de un secreto que Federico se encargará de descubrir con el
periodista David Barreiro.
Esto último me pareció un juego
ingenioso; dentro del trasfondo humorístico de la novela, el autor, David
Barreiro, se introduce a sí mismo en la trama como personaje, un periodista
precario más macarra y pasado de rosca (imagino) que el Barreiro real que
escribe la novela.
David Barreiro, además de
licenciado en Ciencias de la Información, es diplomado en Guión y Dirección
Cinematográfica, y esto último se nota al analizar el montaje de la novela. En
raras ocasiones aparece un elemento que sirve para dar continuidad a la trama
que no hubiera sido anunciado previamente. En este sentido, la estructura
novelística de Perros de presa está
construida de forma notable. Más discutible sería su verosimilitud si nos
planteáramos la posible existencia y conjunción de todas las causalidades de la
trama (o golpes de guión) que se dan en la historia: resulta que Dani es hijo
de una persona muy poderosa, resulta que uno de los guardias de seguridad del
mayor banco de España trabajó con Federico en el centro comercial… y quizás el
elemento más distorsionante (el elemento que más zarandea la verosimilitud
narrativa de la historia) sea la introducción del periodista David Barreiro en
la trama, como compañero fiel de Federico en la peligrosa aventura en que éste
ha decidido embarcarse.
Perros de presa está escrito con un sentido del ritmo notable, y su
humor chocarrero y cercano hará que el lector se sonría en más de una ocasión.
La parte costumbrista de la historia (la descripción de las vidas que confluyen
en el centro comercial) está bien dibujada, sin abrumar con un exceso de
detalles. Quizás al acabar el libro el lector se haga algunas preguntas sobre
la verosimilitud narrativa de lo contado, y aunque no encontrará ningún agujero
en el engranaje, se planteará si todos los golpes de guión que hacen moverse al
mecanismo de la novela no quedarán mejor (no serán más creíbles) en una obra
norteamericana, o esta última idea sólo es un complejo de inferioridad propio
de él como lector español de una obra española (o al menos esta ha sido mi
experiencia).