Revista Política
Le hemos visto crecer, forma parte de nuestros recuerdos, querámoslo o no. Y hasta los que no vemos Sálvame vamos sabiendo de sus andanzas, y de las de su familia. Tanto se habla de él que parece imposible no saber de él. Parece buena persona, aunque no muy listo. Seguramente no haría muy buen papel en Cifras y letras, el concurso de la 2. Sin embargo, parece tener la capacidad de juzgar bien a otros hombres: no le gustaba Julián Muñoz (el novio de su madre) ni le gustaba Alberto Isla (el de su hermana). En ambos casos ha tenido razón. Sin embargo, no ha tenido igual capacidad para saber ver las intenciones de las mujeres que a él se le han acercado. Tal vez, como a muchos, el deseo o el amor le han nublado el juicio. Debería intentar pensar más con la cabeza y menos con la entrepierna. Frente a esa especie de inexorable lazo que une a los hombres de su familia con el mundo del toro, él ha optado por otros caminos, con mejor o peor fortuna. En ese intentar buscar un camino propio no podemos sino simpatizar con él. Seguramente es una rara avis en el mundo del famoseo, uno de los pocos protagonistas de la prensa rosa con quien yo podría, seguramente, tomarme una cerveza. Parece, en efecto, normal, dentro de lo que cabe, y no alguien que vaya a mirarte por encima del hombro. Hablo, por supuesto, sin conocerle en persona. Kiko Rivera hace años que ya no es Paquirrín. Ahora es, para bien y para mal, alguien definido por sí mismo, no por ser hijo de.