Ácido desoxirribonucleico, esa extraña combinación de palabras que hemos acabado por reducir a tres y hasta hemos generalizado más allá de la química para hacer referencia a las características genéticas de cualquier cosa que suponga una actividad humana, individual o colectiva. No en vano, definimos el ADN como el depositario de la información necesaria para el desarrollo y funcionamiento de cualquier cosa con vida propia, incluida, por supuesto, ese fenómeno tan humano que es la empresa.
Hablamos del ADN de la empresa, de su necesidad de identificarlo, definirlo, comunicarlo y trasmitirlo. Pero, ¿qué es exactamente el ADN de la empresa? Difícil pregunta y aún más compleja respuesta. Existen tantas interpretaciones como personas se han puesto a pensar en ellas desde que Booz Allen lanzó su conocido test de las 19 preguntas allá por 2003. Sin embargo, de una forma u otra, casi todas ellas coinciden en una serie de indicadores que se repiten una y otra vez:
·Estructura
·Niveles y derechos de decisión
·Procesos de información y comunicación
·Motivación
Ciertamente, responder a las cuestiones que se derivan de estos grandes apartados, proporcionara un nivel de información y conocimiento que permitirá reconocer el espíritu operacional de la empresa, aquello que le permite sobrevivir, desarrollarse y, por supuesto, perpetuarse en el tiempo. Las distintas variantes nos darán empresas rubias, castañas, pelirrojas, de ojos azules, verdes, nariz aguileña, frentes despejadas o huidizas, pero al final, hablaremos de cabello, ojos, nariz, labios y todo aquello cuyo nombre conocemos porque, de una forma u otra, es común a todas ellas. En esto del ADN empresarial también existen modas y tendencias. Si esta década se lleva el rubio, pues ya saben, todos a la peluquería. Si la tendencia apunta a la diversidad, apueste por una consultora de imagen y, de paso, hágase con los servicios de un personal shopper. Si su empresa es un auténtico adefesio, no se preocupe, todo tiene arreglo. Incluso si no anda muy fino de fondos, tampoco hay problema. Recurra al low cost aunque, eso sí, prepárese a ver su nuevo ADN multiplicado hasta la saciedad. Los hay que esto del ADN se la trae al pairo mientras se produzca y se venda que es de lo que se trata. Hay quienes se hacen fanáticos creyentes de la Iglesia del ADN del Vigésimo Día y se gastan un ojo de la cara y parte del otro en tener hasta escudo heráldico y árbol genealógico que de fe de la antigüedad y nobleza baturra de la empresa en cuestión. También hay fashion victim empeñados en emular tal o tal otro caso de éxito bien expuesto y cobrado poresos sacerdotes de las escuelas de negocios que predican tal o cual formula mientras uno se hace la eterna pregunta de cómo es que el pollo en cuestión no está forrado en el dólar con tanta buena idea que tiene. En fin, los hay que sueltan esto del ADN en una comidita desenfadada de negocios sin saber que, ni por asomo, se trata de una empresa de mensajería instantánea.
Como ven, de una forma u otra, hemos conseguido convertir el casual descubrimiento del suizo Miescher en una auténtica bicoca. Bueno, de hecho, el merito hay que atribuírselo a los yanquis que, ya se sabe, sacan pan de las piedras sin necesidad de haber nacido en Santa Perpetua de Mogoda.
Personalmente, defiendo la extraña teoría de que el ADN está formado por una doble hélice de cuatro elementos definidos:
·PERSONAS
·ESTRUCTURAS
·SISTEMAS
·CULTURA
¡Anda que ha descubierto la pólvora!
Por supuesto que no. Más bien he recordado que existe la pólvora que no es lo mismo.
El truco, si se le puede llamar así, consiste en conseguir un flujo creativo que permita conseguir la naturalidad de los fenómenos que se desarrollan en la empresa hasta el punto de poder definirlos en su conjunto como “cultura”. Tan sólo necesitamos invertir el orden establecido.
Desde tiempos inmemoriales, construimos las estructuras, las dotamos de sistemas y finalmente ubicamos a las personas según el caso. La secuencia parece lógica, pero la realidad demuestra que, a poco que tensionemos, las cosas comienzan a desajustarse por todas las esquinas por lo que, rara vez, conseguimos alcanzar ese estado de nirvana que llamamos “cultura”.
Cuando invertimos el orden, las cosas parecen funcionar de otro modo, no sólo distinto, sino también más natural y es que, si hablamos de un fenómeno humano, ¿por qué nos empeñamos en dejar a los humanos para el final?
Comenzando por las personas, sus capacidades, habilidades, talento en definitiva, podemos establecer un mapa genético de la organización que nos permitirá diseñar y desarrollar las estructuras más adecuadas para finalmente crear los sistemas que les permitan funcionar, desarrollarse y, en definitiva, perpetuarse que no es otra cosa que haber alcanzado ese punto de CULTURA.
Es una cuestión de Inteligencia Ambiental. Las personas no pueden estar al servicio de estructuras y sistemas sino más bien al contrario.
Es una cuestión simple: las personas son el ADN de la empresa.