El Roto. Metatoreo
"Manzanares puso a todo el mundo de acuerdo." Sobre la faena de ayer, es la afirmación más generalizada entre crítica y afición. Pues mire usted, no. A todo el mundo, no. Reivindicamos la opción a pensar diferente, sin necesidad de ser vistos como si tuviésemos antenitas verdes en la cabeza, sólo por creer que la emoción en el toreo es algo más que la sublimación de la estética a rango de dogma central de la tauromaquia. Existen otras variables en este arte, como la combatividad, que no se olvide que esto es una lucha a vida o muerte principalmente, el oficio, el valor, los conocimientos, el respeto, la solemnidad de la liturgia y sobre todo, la variable fundamental y absoluta: el Toro. Ésta última por encima de todas las cosas.
De la misma manera pienso que negar en rotundo las virtudes del alicantino es de necios. Sí, de necios. Manzanares cuajó, sin duda, la mejor actuación de su vida, con un toro que es el soñado por un purista como él, del toreo vanguardista del siglo XXI -no creo que nadie se ofenda del término, es más, creo que sería sano hablar sin tapujos del nacimiento de unos nuevos cánones. No gustará, pero los hechos lo manifiestan-. Una bella danza entre un animal y un hombre, que no necesita de los viejos mandamientos, para dominar lo que ya viene dominado de cuna. La faena a Arrojado dejó patente su extraordinario sentido del temple -más despacio es imposible torear-, y ante la invalidez, no física, pero sí en cuanto a fiereza, de su oponente para presentar dificultades, y sobre todo, para acometer contra aquel que lo prepara para la muerte, fue capaz de crear una obra llena de elegancia y empaque, y de una sincronía perfecta, como si de una obra de teatro con tres docenas de ensayos entre bambalinas se tratáse. En las pausas, entre serie y serie, seguía en su papel de artista, enlazándolas magistralmente, sin fisuras ni elementos perturbadores, cosiéndolas con un hilo de torería. Sorprendente fue también, en el sexto, el acople con la música, a ese pasodoble a Dávila Miura cuyo solo de trompeta, que evoca el olor a cera y cirio ardiendo del Jueves Santo, es capaz por sí mismo de enajenar a la singular afición maestrante. También de paso, que todo hay que decirlo, redoblar leoninamente la importancia de la faena. Los pases de pecho, de pitón a rabo, descolgados a la hombrera contraria, los molinetes y todos los remates en orfebre que se puedan imaginar, simplemente de diez. El que tenga la capacidad de emocionarse con este tipo de toreo, casi decimonónico, no creo que se haya visto en otra igual. Me alegro, por él.
Pero también hay una minoría, que está siendo injustamente fustigada desde ayer -a la minoría, leña siempre-, y con la que curiosamente, no hay indulto que valga, que encuentra las emociones en otros valores quizás más clásicos. Que pueden ver el perdón de un toro como algo extraordinario de verdad, como la superación de un examen de bravura y la capacidad sobrenatural de vencer al dolor para defender, hasta la última gota de su sangre, su vida con acometividad. Usando el instinto. Ya saben, justo lo que Arrojado no hizo ayer: salida gallarda, rematar en burladeros; tener edad de Toro, y no de novillo; pasar por el fielato del caballo varias veces, cada vez con más codicia y lejanía; no embestir cochineramente a un rehiletero que te viene de lejos, gustándose, y que lo ves venir, cayendo en la trampa hasta tres veces; pidiendo papeles de torero poderoso delante, y no sólo artista; intentando comerse la muleta, el hueco, o la carne que tenga delante; y sin querer saber nada de los terrenos de tablas. Este toro aquí descrito no saltó el sábado a la Maestranza de Sevilla.
Con el toreo de Manzanares, pues tres cuartos de lo mismo: aún embraguetándose más que en otras ocasiones, los hubo a los que nos desesperó verle acompañar la embestida del burí, componiendo más que mandando, sin apreturas, descargando la suerte una y otra vez, por sistema, para alargar el muletazo y hacerlo cada vez más largo en métrica, que no en verso. Una obra de arte ávida de colocación, sin cite alguno, pues con la muleta retrasada siempre esperaba que Arrojado se viniera y embarcara en ella sólo, sin necesidad de recogerlo delante y traerlo detrás, marcando los tres tiempos del toreo que nos gusta a unos pocos. Es otro punto de vista y otra manera, tan respetable como otra cualquiera, de entender esto de los toros.
En lo que si estaremos de acuerdo, espero, es en el bochorno de José Mari Manzanares, haciendo tiempo para no matar a un toro, que es su oficio. Gestos, miraditas a la Autoridad y falta de decoro: el respeto, que decíamos antes. No se puede enredar por el albero que han pisado Joselito, Belmonte, Pepe Luis, Ordoñez o Curro como si se estuviese en Benidorm en una corrida para guiris.
Aunque quizás es eso lo que buscan: un espectáculo para turistas en el pasen por taquilla sin chistar ni media.
P.S: Lamento el artículo del crítico, al que tengo por respetable, Carlos Crivell, en el escupe un feo "hablan hasta los que vieron el festejo por televisión". Como si a estas alturas de la película tuvieran que decirnos cuando sí y cuando no se puede hablar.