Revista Opinión

¿Pesimista?

Publicado el 15 septiembre 2020 por Jcromero

Si piensas que la democracia necesita del impulso y exigencia democrática de una ciudadanía formada, informada e implicada y que el acceso generalizado a internet lo facilitará, estás en un error. Hay tanta basura informativa, tanto ruido, tanta confusión interesada y tanto hartazgo que esa posibilidad se antoja quimérica.

Hasta hace poco la política parecía estar en manos de políticos, periodistas y opinadores profesionales, ahora con las nuevas tecnologías debiera ser un poco más de todos. Internet, grupos de WhatsApp, Twitter, Facebook y similares, nos mantienen conectados, informados y perfectamente desinformados. Como siempre, el problema está en el uso que hacemos de estos medios. Tenemos acceso a datos y opiniones, pero nos falta sosiego, disposición para seleccionar, analizar, contrastar y procesar tanta información.

La política transmite sensación de agotamiento y sus portavoces se muestran más interesados en hacer cálculos electorales o en discutir sobre el sexo de los ángeles que en responder a las necesidades reales. Recuerdan al senado bizantino cuando, estando la ciudad de Constantinopla cercada por el ejército otomano, se reunió para dilucidar si los ángeles eran hombres o mujeres.

Los llamados representantes del pueblo podrían aprender de la historia y buscar la manera de afrontar las necesidades más urgentes en vez de continuar ensimismados en discusiones estériles y empeñados en hacer política como si de un espectáculo se tratara. La compleja situación actual, agravada por la pandemia, necesita de rigor, acuerdos, mayor dosis de pragmatismo y menos sectarismo. Pero por lo que dicen en público, y sin generalizar, no se observan señales de una conciencia colectiva para salir adelante. De nada sirve el tacticismo ni la estrategia, sino se hace frente a las situaciones importantes. De nada sirve actuar como se venía actuando. Si una situación como la actual no implica un cambio en la forma de hacer política, ¿cuándo? Si todo ha cambiado, por qué sigue inalterable la forma más simple e inoperante de hacer política.

Si la responsabilidad política consiste en dar respuestas, en adoptar medidas para responder a las necesidades, que se pongan a ello apelando al patriotismo, al constitucionalismo, al humanismo, al sentido común, a la solidaridad o a lo que entiendan más adecuado y coherente con sus principios y formas de entender el bien común, pero que por una vez antepongan los intereses de todos a la propaganda y al partidismo. En la situación que vivimos, parece indispensable poner fin al triste espectáculo de declaraciones y trifulcas, vetos cruzados, divisiones internas y broncas parlamentarias fuera de la realidad.

La política como espectáculo es frustrante: la derecha arrogante e insolidaria; la izquierda empeñada en mostrar sus discrepancias con el Gobierno del que forma parte. No son buenos tiempos para la esperanza. Y sin embargo, quiero pensar este país y esta democracia comenzará a tener remedio cuando deje la bronca interminable y esa eterna manía de buscar la mota en el ojo del vecino; cuando deje de discutir sobre el sexo de los ángeles y coja la realidad por los cuernos. ¿Pesimista? Tal vez realista.


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