Revista Medios
DURANTE AÑOS, EL PP trató de convencernos de que la corrupción no anidaba en sus filas. Que era un partido inmune a ese tipo de prácticas y que sólo al PSOE salpicaba la mancha de esa ignominia. El tramo final del felipismo dio sobrados motivos (Filesa, fondos reservados, caso Renfe...) para que el PSOE se viera condenado a no levantar cabeza durante años. En el castigo electoral, en las hemerotecas, y hasta en los libros de historia penaron, y penan, los socialistas su falta de determinación contra la impudicia corrupta.Creíamos estar curados de espanto cuando nos encontramos ahora con que el PP, el partido que decía abanderar la integridad y la decencia, no puede sostener ya ese estandarte. Sobresueldos opacos, pagos en dinero negro, contabilidad B, cuentas en Suiza, fortunas secretas, amnistías fiscales y, de nuevo, guerras intestinas, no auguran nada bueno para un partido político cuya única preocupación debería haber sido sacarnos de la crisis cuanto antes y al menor coste social posible.Pero no, sus desvelos ahora pasan por taponar una incontenible hemorragia interna de consecuencias imprevisibles. El PP, visto lo visto, no aprendió del caso Naseiro, por muy de rositas que se fuera de aquel turbio asunto. Crisis económica, corrupción e indignación ciudadana son los ingredientes de una mezcla explosiva que le puede estallar al PP por no hacer lo que tenía que hacer cuando correspondía.Luis Bárcenas era una bomba de relojería. Tarde o temprano tenía que accionarse y tanto Rajoy como Cospedal debían saberlo. La tradicional enemistad entre Bárcenas y Aguirre, una guerra a muerte de una suciedad inadmisible en una democracia que se precie, también está en el origen de muchas de las cosas que han ocurrido luego. Taparse la nariz y mirar hacia otro lado nunca ha sido la solución. El PP, atrapado en el fango, se ha quedado sin discurso político. La gente está dolorosamente harta, por decirlo suavemente, de tanto mangoneo, tanta desvergüenza y tanta impudicia. Esta vez va en serio. De la ciénaga al precipicio sólo hay un paso.