Peter Handke, que ha cultivado todos los géneros literarios y ha ganado el Nobel de Literatura en 2019, ha hecho de la escritura un lugar de investigación y reflexión.
Y él no se excluye como objeto de estudio; él se observa con distancia. En el cuestionamiento inmediato de cada gesto, palabra o actitud, Handke es un maestro.
Es difícil encajar este texto de Handke (Griffen, Austria, 1942) en uno de los géneros literarios en que el mundo de la escritura intenta ordenarse. Sin embargo, esta dificultad no hace sino ampliar sus valores. Más aún tratándose de un libro escrito en 1972, poco después del suicidio de su madre, por la necesidad de digerir emocionalmente el hecho y probablemente también para dejar constancia escrita de una existencia extremadamente difícil, una de tantas que desgraciadamente nunca trasciende.
El texto, que en alemán ha recibido la categoría de Erzählung (literalmente, narración, relato, cuento) y no de Novelle (novela corta) ni de Roman (novela), ha sido recibido en nuestro país como novela corta, para evitar la confusión con el cuento literario. En todo caso, la categoría forma parte del título, viene a ser el subtítulo en su lengua original, Wunschloses Unglück. Erzählung, lo que parece dejar constancia de la voluntad del autor de cómo quería catalogar el texto y de no incluir la palabra Biographie.
Y es que Desgracia impeorable no es únicamente el recorrido por el infortunado periplo vital de María Handke, nacida en 1920 en un pequeño pueblo de Carintia, Sur de Austria; su biografía tenía y seguramente todavía tiene mucho en común con la de otras mujeres.
El texto es también una toma de conciencia del hijo hacia la figura de la madre y lo que ella representa para él. Y, más allá aún, ofrece al escritor Handke un marco de reflexión sobre el hecho de la escritura y, más concretamente, sobre la escritura de una biografía. Consciente de que cualquier pasaje, vivencia o sentimiento que pudiera describir él de la vida de la madre supone indefectiblemente una traición, el autor incluye algunos pasajes relativos a la dificultad que implica la tarea que tiene entre manos.
En un gesto de honradez para con la madre, con los lectores y hacia sí mismo, aclara (formalmente lo indica entre paréntesis, como un excurso: "Naturalmente, lo que está escrito aquí sobre alguien concreto es un poco vago e inconcreto; pero sólo las generalizaciones que -de un modo expreso y en una historia posiblemente única- hagan abstracción de mi madre como de un personaje central, posiblemente único, solo estas generalizaciones pueden referirse a alguien que no sea yo mismo -la simple narración de una vida, con sus cambios y su brusco final sería pedir demasiado. Lo peligroso de estas abstracciones y formulaciones es, sin duda, que tienden a independizarse. Lo que ocurre entonces es que olvidan a la persona de la que han partido [...]. Estos dos peligros -por una parte, el mero contar lo ocurrido; por otra, el hecho de que, sin dolor alguno, una persona desaparezca entre frases poéticas- frenan el tempo de la escritura, porque en cada frase que escribo tengo miedo de perder el equilibrio. [...] de un modo especial en este caso, en el que los hechos tienen un poder tan grande, que apenas hay nada que imaginar". En este contexto quiero subrayar también las últimas palabras de la cita, que con casi insinúan alguna libertad tomada, desviada conscientemente de los recuerdos referentes a María Handke, lo que, de nuevo, revierte en la problemática de la adscripción del texto a un género literario claro y en el deseo del autor de desviarse en algún momento de los acontecimientos recordados.
Hecha esta advertencia relativa a la dificultad de narrar lo que se propone, el autor se puede desahogar en el relato. En este caso, la vida de María Handke, una mujer, cuyo destino, escrito como el de tantas otras desde el nacimiento como una sentencia de muerte, transcurre en la triste monotonía de una rutina sin horizonte ni amor.
La cotidianidad impuesta ahoga el deseo de desarrollo de una personalidad propia, aniquila, antes de nacer, cualquier intento de desviarse del patrón impuesto y hace inútil toda esperanza de concebir ningún proyecto, fuera del estrecho ambiente limitador de padres y hermanos. Su destino transcurre entre la cocina, el trabajo en la casa y en el campo, el cuidado de los hijos, un par de abortos voluntarios y soportar un marido alcohólico y enfermo. De hecho, el ahogo es de tal magnitud que los pocos años de felicidad del personaje que se nos describen tienen que ver con la embriaguez que produjeron las consignas del nacionalsocialismo sobre tanta gente humilde y desorientada, que entendía los eslóganes de Hitler como una redención de su miseria existencial. Por primera vez se percibían sujetos protagonistas de una misión gloriosa, que daba sentido a su vida.
Llama la atención la afirmación que hace el autor relativa a los sentimientos que tenía durante el vuelo que tomó para ir al entierro de su madre: "[...] me iba fundiendo en una agradable sensación de bienestar fatigado, impersonal. Durante todo el vuelo me llenaba de orgullo que mi madre se hubiera suicidado". Este sentimiento de orgullo por un hecho tan contundente y traumático como es quitarse la vida parece que sólo tiene una explicación, si lo entendemos como la interpretación del hijo de que el suicidio de la madre fue un acto de rebeldía y de autoafirmación, la única salida que tiene la protagonista de su novela corta para salvar la dignidad. El sentimiento de orgullo encaja si lo explicamos como reacción a su opuesto: el de rechazo o vergüenza del hijo por lo que había soportado la madre hasta ese momento. Simona Škrabec, en el impagable epílogo que escribe para la versión catalana ( Infelicitat perfecta), que ha publicado recientemente L'Avenç en traducción de Marta Pera Cucurell, resume, con palabras muy acertadas, esta narración, diciendo que el autor ha hecho "un estudio quirúrgicamente preciso del conformismo de los débiles".
Es de este "conformismo de los débiles" de lo que Peter Handke se distancia; el texto viene a ser, también, la toma de conciencia del hijo, en la primera fase de su carrera como escritor, de lo que nunca debiera aceptar ningún ser humano, tampoco él.
Aún una mención a la traducción del título Wunschloses Unglück, que ha provocado hasta ahora tres versiones diferentes en nuestro país: dos en español, Desgracia indeseada (traducción de Víctor León Oller, Barral Editores) y, posteriormente, Desgracia impeorable (Alianza Editorial, a cargo de Eustaquio Barjau), además de la traducción catalana de Marta Pera, publicada recientemente, que ha optado por traducir literalmente, en su sentido etimológico, la palabra Unglück del original, Infelicidad, y que fiel a la contundencia de los aterradores hechos narrados ha optado por terminar el título con un golpe de efecto paradójico: Infelicidad perfecta. Porque wunschlos, en alemán literalmente sin deseo, falto/a de deseo, puede entenderse como un rasgo característico de la protagonista, pero también en el sentido de una infelicidad causada por la imposibilidad de hacer realidad ningún deseo, una idea difícil de recoger en el título.
Cierra el libro una nota de Eustaquio Barjau, en la que, entre otras aclaraciones, hace referencia a las razones de la traducción que él ha elegido para el título.
Un texto valioso de los de la primera época de este premio Nobel de literatura.
Peter Handke
Desgracia impeorableTraducción de Eustaqui Barjau
Alianza Editorial, 2018, 104 pp.
Anna Rossell