Revista Viajes

Picton y el Barco

Por Zhra @AzaZtnB

Del Glaciar Fox nos movemos en nuestro coche Omega (léase Omiiiiiiga) hasta Picton para dejar la isla sur y llegar a la civilización aka isla norte. El día antes de salir hacia allí me doy cuenta que el alojamiento tiene aparcamiento para los clientes pero sólo si lo solicitas con antelación así que envío un email pidiendo que nos guarden un hueco. En pocas horas una mujer del albergue me responde que no hay problema. Marta conduce y yo entre el GPS y el mapa de carreteras le intento decir cuando coger una carretera u otra. En lugar de ir directas pasamos cerca de Westport para recorrer la carretera al lado del mar. Los lagos con aguas azules de los glaciares son bonitos pero me fascina el mar embravecido rompiendo contra la costa, golpeando una y otra vez contra las rocas sin importarle lo duras que sean. Picton es grande para los estándares de la isla Sur de Nueva Zelanda pero enano para nosotras. Con apenas 2500 habitantes tiene una tasa de paro de 3.5%, la mitad que el resto del país gracias a su puerto que conecta las dos islas de Nueva Zelanda. El puerto también sirve de base para barcos más pequeños y rutas turísticas por la cosa.

Autopistas en NZ
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Aparcamos en la puerta del alojamiento bajo un cartel de 60 minutos. Una mujer de pelo largo, rubio, rizado y muy desordenado con un pequeño problema de hiperactividad mueve las manos a velocidad de vértigo, su rapidez verbal rompe récord tras récord mientras habla con dos chicas que intentan hacer el registro de entrada y guía a otro grupo hacia el interior. Se ha desdoblado o es la misma persona corriendo mucho? Miro a Marta preguntándole mentalmente si cree que la mujer se ha tomado speed pero está fuera concentrada mirando una pegatina de la puerta. La mujer me grita un saludo y le respondo con un “no hay prisa”. Marta por fin reacciona y se da cuenta de la hiperactividad de la mujer. Como la mejor defensa es un buen ataque cuando nos toca grito un “Hola cómo estás?” salido del circo de los payasos, a la mujer le encanta y a mil revoluciones por minuto nos explica sus aventuras en tierras de habla hispana, hasta nos deleita con algunas palabras en español que deduzco más que entiendo. Recuerda mi email pidiendo sitio para aparcar y me responde que todo es maravilloso y fantástico en PictonLand porque ha puesto su coche en el sitio que nos dará a nosotras. Nos preguntamos qué hará con su coche si ponemos el nuestro en su lugar pero no lo decimos en voz alta, intentamos que nos dé la llave y salir escopeteadas lo antes posible porque estar a su lado es peor que un ejercicio de cardio intenso. Como hemos llegado sobre las 18h y mañana salimos a las 9h dejamos el coche en la puerta y no podemos descubrir el misterio del coche que se volatiliza. Como para compensar la hiperactividad de la mujer, un hombre con la paciencia y la prisa de una rana coja, nos escolta hasta nuestra habitación. Damos una vuelta por la ciudad para ver dónde tendremos que entregar el coche, cenamos y vamos a dormir. Mañana toca aventura en el barco.

Picton

Puntuales llegamos a Omega (no olvidéis leerlo como Omiiiiiga), con la amabilidad característica de los Neozelandese ellos mismos nos acercan a la terminal de barcos que está a penas a 5 minutos y nos recomienda pedir el cambio de barco para llegar unas horas antes. Así lo hacemos, facturamos las mochilas grandes y como el barco va con un par de horas de retraso nos da tiempo a desayunar en un bar de la ciudad que resulta ser español. A mitad del desayuno me doy cuenta de lo idiota que soy. No debería comer nada justo antes de subirme a un barco que va a subir y bajar como una cáscara de nuez durante tres horas. Compro una coca-cola gigante antes de volver a la terminal espero que se me asiente el estómago y no morir en la otra punta del mundo. En el camino de vuelta nos acercamos a un charco donde flotan barcos a escala, salto una valla que resulta ser la vía elevada de un tren en miniatura donde te puedes montar por un precio simbólico.

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Ya en la terminal vemos como el barco se traga camiones, coches y hasta vagones de tren. El barco es parte de las vías de tren y las locomotoras dejan los vagones ahí para ser recogidos en el otro lado. A sabiendas cuanto me afectan las pastillas del mareo, dudo si tomarme la biodramina chino-japonesa que tengo en el bolsillo hasta que recuerdo el movimiento de los barcos que nos llevaron por los fiordos al tocar alta mar y me la meto en la boca con un buen trago de Coca-Cola. Me da tiempo a explorar el barco antes de empezar a perder los sentidos. El barco tiene 6 cubiertas, cine, tienda, restaurante, cafetería y mucho espacio para corretear tanto dentro como en cubierta.

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Nos sentamos mirando la cubierta de proa y cerca de televisión sin volumen que ofrece vídeos musicales. Por los altavoces piden disculpas por el retraso y ofrecen té y café gratis. La gente se prepara para tomar fotos de la costa, del mar y de los posibles animales marinos como sirenas, tritones o krakens, que se encuentren por el camino. Yo empiezo a sentir los síntomas de mi estado comatoso, confundo el mp3 con el móvil, no consigo concentrarme lo suficiente para acabar un dibujo, pienso que estaría más cómoda en los asientos que hay unos metros más atrás entre la cafetería y el cine pero mis músculos ya no reaccionan. Entre sueños me despierto varias veces sin ser muy consciente. Marta dice que ronco pero no me despierta, o si lo intenta no me entero. Por un momento todos aplauden y me despierto de golpe, Marta me explica que una ola a mojado a todo el mundo en cubierta y los de dentro han zzzzzzzzzzzzzzzz…… Me vuelvo a quedar dormida antes que acabe su explicación. Vuelvo a abrir un ojo y veo a alguien que parece Pink en la pantalla, me propongo esperar a que salga su nombre para asegurarme pero antes de la siguiente escena vuelvo a caer dormida. Abro un ojo para ver como el señor frente a nosotras le ofrece una bolsa del mareo a su mujer, la narcolepsia ataca de nuevo zzzzzzzzzzzz. Un par de veces soy consciente del movimiento del barco y me lo imagino en 4 tiempos: Arriba, derecha, abajo e izquierda. El sueño me invade antes de acabar un ciclo entero. A las tres horas soy consciente que apenas hay gente a mi alrededor y que tengo que levantarme. Ya voy, me estoy moviendo, me estoy moviendo, un dedo, un brazo, me incorporo y camino hacia la salida. – Aza despierta! – Ok, a lo mejor no me estaba moviendo. Marta me toca para despertarme y ahora sí me muevo de verdad. Reordeno mis cosas: El mp3 que ha dejado de sonar hace mucho rato, el lápiz, la libreta, el móvil… Lo tengo todo. Podemos pisar Wellington. Esperamos que el barco se pare y bajamos a recoger el equipaje. Todavía semi-insconsciente Marta me explica que ha sido un viaje movidito y que la mujer de enfrente acabó usando la bolsa del mareo que le ofreció su marido.

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Caminamos el par de kilómetros que nos separan del alojamiento, una casa particular de tres plantas cogida en Airbnb. Terraza con vistas al mar, baño exclusivo para nosotras, una planta entera para el comedor, cocina y sala de estar. Aprovecho la cocina decente para cocinar arroz con calabaza mientras vemos una peli neozelandesa: El piano.

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Después de la peli salimos a ver la ciudad. Un grupo de marineros se cruza con nosotras. Luego Superman, un grupo de pingüinos, los picapideras, un racimo de plátanos, cleopatra, hunos, presos, buzzlight, piratas, hulk, indios, langostas, jirafas, pintores… Estamos en un sueño o pasa algo raro. Nos preguntamos si hay alguna ley en la isla norte que obligue a las personas a ir disfrazadas o han abierto las puertas de una institución mental. Dispuestas a buscar el origen llegamos a un estadio donde juegan a rugby, The Wellington Sevens o New Zealand Sevens. Por lo que nos cuentan parece un grupo de partidos muy importante pero a día de hoy no entendemos porque absolutamente todo el mundo iba disfrazado para ver los partidos.

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De vuelta a casa conocemos a la pareja con la que compartimos la casa, ellos se quedan en la planta baja y sólo compartimos la sala de estar, realmente en dos días sólo coincidimos unos minutos con ellos. Son una pareja de jubilados con hijos en Estados Unidos y Nueva Zelanda. Cada vez tengo más claro que sólo las personas de habla inglesa viajan por todos lados sin importar la edad. Al día siguiente la gente sigue disfrazada pero ya no nos sorprendemos tanto, llegamos a la puerta de una escritora local que sólo conocen en su casa, paseamos por el puerto, donde la gente está de fiesta, después de esperar un rato vemos como un señor se pone propulsores en los pies y vuela por el agua. Wuau!! Yo quiero hacer eso!!!

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Me conformo con un bubble tea (te frío con bolitas de tapioca), emocionada con mi cocina compramos comida en el supermercado, pasamos frente a un restaurante vasco que anuncia Sangría y Cava, con todas las calles cortadas por el gran evento de rugby subimos y bajamos intentando encontrar la parada correcta de bus, cuando por fin la encontramos estaba frente al supermercado y perdemos varias veces un autobús que nos lleva a casa. Suerte que aquí entendemos el idioma sino todavía estaríamos intentando llegar a casa. Para acabar con Wellington cocino riñones y vemos Criaturas Celestiales, otra película neozelandesa. Mañana cogemos nuevo coche.

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