Revista Cine
El gran Harry Houdini, nacido Erik Weisz, fue el más querido y aplaudido mago y escapista de su tiempo, tal vez de todos. Aparte de salir con vida de tanques de agua en los que se sumergía con el cuerpo rodeado de cadenas, era capaz de recibir golpes en el abdomen con gran resistencia y sin aparente dolor. Es de suponer que había trabajado a conciencia los músculos de la zona, su tejido adiposo, aparte de saber vaciar los pulmones de todo aire en el instante previo al reto. Trabajo y preparación, entrenamiento y concentración, por el bien del espectáculo, de la leyenda. Como casi todo mérito en la vida, se puede resumir en dos palabras: esfuerzo y control.
Esfuerzo y control, o su traducción económica en gasto y ajuste, es lo que sucede a cada crisis económica. Tras un período de derroche con el fin de evitar el freno de golpe de la maquinaria financiero-industrial de un país, se pasa al remplazo de los ejes y engranajes inservibles por unos nuevos y brillantes y a su fino ajuste. Parece que al final, con independencia de quién impulse el motor de las sociedades modernas, el color político del gobernante, esta es la única manera de retomar la velocidad adecuada. Gasto y ajuste, algo que al final -¿demasiado tarde?- ha entendido el presidente de España, a riesgo de su linchamiento o suicido político, la única razón del retraso en sus medidas de contención, aparte de un mal consejo o su propia terquedad. Entre tanta tintorería, tontería, en casa del vecino, tanto juez juzgando con premura a otro juez -¿se exiliará, se zafará, el rey Garzón?-, asomó la nariz por el hemiciclo, subió al estrado y, con el teléfono preparado por si llamaban la angelita Merkel o Alabado Obama, la mirada de reojo en los disparates del IBEX35, dijo lo que no quería decir pero que no le quedaba más remedio: a recortar toca. Había comprendido el señor predidente que no se puede evitar lo inevitable. Ahora los agentes sociales clamarán justicia: pedirán reducciones salariales añadidas en la empresa privada, unos, los de las organizaciones empresariales; manifestaciones y huelgas generales sus contrarios, pero amigos, los sindicalistas. Que me dejen como estoy, añadirá el pensionista asustado. Esto es una ilegalidad, un abuso, un atraco, el funcionario afectado. Que trabaje otro, el vecino del aneterior. ¡Ya era hora!, el fiel zapaterista, el parado cabreado, el sensato.
William Lances, pelirrojo boxeador universitario, retó al gran Harry Houdini a ver si era capaz de soportar el impacto de su puño. Antes del ajuste de su cuerpo, el ilusionista recibía un golpe en la boca del estómago que le destrozaría el apéndice cecal. Días después fallecía en la cama de un hospital. Houdini, aquél día, no pudo escapar. Hizo el gasto, lo había hecho tiempo atrás, supo entrenarsse para momentos como aquel, pero no pudo ajustar su cuerpo. Los grandes deportistas, como el uruguayo Diego Forlán, siempre están preparados. Los grandes políticos, si los hay, como los pequeños, de estos sí, siempre andan en la fase de ajuste del esfuerzo ajeno, ajenos a todo y todos. Preparándonos para el IVA Terrible y sin suelto en los bolsillos.
(Y se supone que debemos alegrarnos por la implantación del nuevo lector automático de pasaportes -más Gran Hermano-, cuando un árabe hoy mismo puede hacer uso de un expendedora de lingotes de oro en el hall de un hotel. ¡Si no fuese por al Atleti!, equipo capaz de demostrarle a un multimillonario como Al-Fayed que el dinero no lo es todo. Mañana el Barça, el Madrid, el Sevilla o de nuevo, ojalá, el Atleti, serán el único consuelo de muchos españoles. Pasado mañana, tal vez, la Roja.)
Agüero y Forlán celebran el segundo gol
al Fulham FC (Hamburg, 12 de mayo de 2010)